11 de noviembre de 2011

La concha de Cinthia Fernández




UNA CHARLA

Noche del viernes 7 de octubre. Círculo de Bellas Artes, Madrid. Acaba de concluir el acto de celebración por el décimo aniversario de la edición española de la revista Letras Libres. Han mantenido una conversación abierta al público Enrique Krauze, director de la publicación, y Mario Vargas Llosa; ahora ha llegado el momento de charlar un poco mientras nos tomamos unos vinos y comemos unos canapés. En efecto, unos minutos atrás mi amigo Feliciano y yo hemos estrechado la mano e intercambiado algunas frases con el Premio Nobel peruano. Ahora estamos dialogando con el cronista chileno Juan Pablo Meneses y con un joven y reconocido escritor argentino. Nuestra conversación no versa sobre literatura, ni sobre publicaciones culturales, ni sobre política o economía, ni siquiera sobre música o fútbol. Nada de eso. Estamos hablando de la concha de Cinthia Fernández.

¡LA PALABRA!

Supongo que no hay problema en usar esa palabra, esa mala palabra —«concha», digo—, después de que el video del Tano Pasman haya sido reproducido casi 8 millones de veces en YouTube. Y de que sea el insulto que suelta Messi cada vez que no le cobran un penal en el Barcelona, ante los ojos de millones en todo el mundo. Y de que ese término —y no vagina, ni coño, ni chocho, ni cajeta, ni cachucha, ni ninguno de su infinidad de sinónimos— haya sido trending topic en Twitter. Concha: esa es la parte del cuerpo que se le había visto a Cinthia Fernández en ShowMatch, el programa de Marcelo Tinelli. La concha.

La polémica estuvo servida desde las 22.30 (hora en que fue emitida la escena, es decir, media hora dentro del horario de protección al menor) del lunes 3 de octubre. El segundo que duró la escena en que esta chica dejó ver, en teoría de manera involuntaria, la más íntima de sus partes fue el segundo más repetido y más comentado de la TV durante varios días. No solo los medios locales se hicieron eco: también la prensa internacional. Por ejemplo, aquí en Madrid, el periódico de derecha El Mundo le dedicó un artículo al acontecimiento. ¡La concha!

LA TV Y SUS LÍMITES

Todas las discusiones generadas pasan por determinar si es un atentado contra la ética y la moral que durante un segundo se vea lo que se ve, por televisión abierta, a las diez y media de la noche (insisto: cuando había transcurrido media hora desde el inicio del horario de protección al menor, momento a partir del cual —como todos lo hemos memorizado a fuerza de escucharlo noche tras noche durante décadas— la permanencia de los niños frente al televisor es exclusiva responsabilidad de los señores padres). Enseguida arrecian las críticas, los pedidos de multas y sanciones, los llamados al boicot y otras manifestaciones de indignación.

Digo yo: las leyes están ahí, y se supone que para ser cumplidas, y es probable que haya sanciones contra el programa o la productora o el canal o contra todos ellos; es más, también es probable que todo el asunto no sea más que un tinglado, una farsa preconcebida hasta en sus más finos detalles, y que todo provenga de la creatividad de los guionistas: el «accidental» plano de frente (¡la concha!) cuando debió ser de perfil, las explicaciones de la chica en el programa, su posterior pedido de disculpas a través de Twitter…

En cualquier caso, la discusión ya no puede ser esa. No debería ser esa. En los tiempos en que vivimos, de intercomunicación digital, de redes sociales y teléfonos inteligentes y tabletas táctiles y YouTube y sitios porno al alcance de cualquiera, de telenovelas a las cuatro de la tarde con escenas increíblemente «subidas de tono» (por usar una expresión de nuestras abuelas), de Tano Pasman y libre circulación de malas palabras (ibídem)… ¿no es acaso lo normal que el programa que marca tendencia en la TV se vea obligado a superar cada vez más límites? Si esa noche a Cinthia Fernández no se le hubiera visto la concha, nadie —excepto los panelistas de los programas-satélite— habría hablado de ella, pese a que todos los demás componentes de su actuación (los movimientos sensuales, el hilo dental que lleva por tanga, el topless) resultaban escandalosos unos pocos años atrás.

¿Qué será lo próximo? Me atrevo a arriesgar: una pareja tendrá sexo detrás de un velo y los telespectadores solo podremos ver las sombras de sus siluetas, y los mentados panelistas se devanarán los sesos (si cabe) tratando de determinar si hubo o no hubo penetración. ¡La concha!

ALLÁ EN EL HORNO

Y ojo: no estoy diciendo que me parezca bien. Solo señalo que me parece normal. A un medio con contenidos tan degradados como la televisión, que ve cada vez más amenazado su dominio en el mundo del entretenimiento hogareño ante el crecimiento geométrico de internet, no le queda otra que exprimir sus fórmulas hasta que no den más de sí. Todo el (pan y) circo montado en torno a la concha de Cinthia Fernández, de la que hablamos todos, incluso los periodistas y escritores reunidos para celebrar el aniversario de Letras Libres, es una expansión más de los límites del formato. ¿Hasta dónde podrán expandirse esos límites antes de que la tele reviente? Esa es la cuestión. Mientras, todos seguimos dando vueltas alrededor. Este artículo, de hecho, podría haberse titulado «Del desnudo y los límites de la televisión», o algo así; en tal caso hubiera tenido muchos menos lectores. Ya lo verán: no pasará mucho para que aparezca en las columnitas de post más leídos acá a la derecha del blog. Como dijo Discepolín: dale nomás, dale que va, que allá en el horno se vamo’ a encontrar…
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