27 de octubre de 2011

El abrazo

Algo así como un cuento basado en hechos reales



Dos años, Gabriel, me parece mentira que hayan pasado casi dos años ya desde el día en que decidiste irte. Me acuerdo de esa mañana, estaba en la que era mi casa de Madrid, preparándome —es un decir— para ir a las fiestas de San Fermín, en Pamplona, que habían empezado el día anterior, y me lo dijo por chat María Noel, por el chat de Gmail. Yo no lo podía creer, ella se enteró por el blog de Sonia Budassi, yo no lo conocía mucho, me dijo, pero me imaginé que vos sí, y entonces le conté que me escribía con vos cada tanto, que estábamos en contacto desde que te había entrevistado un par de años atrás, que habías leído mis cuentos y que te habían gustado, y María Noel me puso que se ve que era un tipo bastante amable, porque Sonia en su blog decía algo parecido. Recupero aquel chat poniendo tu apellido en el buscador de Gmail. Termina con una frase mía: pero qué manera de morirse gente polenta, che. Te entrevisté allá por febrero de 2007, en la que era tu oficina en el Pasaje Dardo Rocha, La Plata, tu ciudad de toda la vida. Los e-mails que nos intercambiamos desde entonces me bastaron para darme cuenta de la clase de persona que eras, lo buen tipo que eras, y no porque te hayas muerto, como parece que se convierten en buenas personas todos los que se mueren, sino porque de verdad lo eras, se notaba y la gente lo decía y lo dice. Se notaba en gestos, en que hubieras leído mis cuentos, que te llevé impresos en un manojo de papeles la vez de la entrevista y que te dejé con la poca esperanza con que los aprendices les dejamos el fruto de nuestro esfuerzo a los escritores consagrados. Te reirías, je, si me escucharas eso de escritores consagrados, lo repetirías con sorna, torciendo un poco la boca y pidiéndome que hablase más bajo, a ver si me escuchan. Te dejé los cuentos y me fui, contento con mi entrevista, que publicaría más tarde la revista Teína. Eran esos tiempos que recuerdo hoy como un poco raros (aunque no sabría definir por qué raros) previos a mi partida hacia España, y casi me olvidé de que te había dejado esos cuentos, mensajes atados a las patas de una paloma liberada, botellas al mar. Hasta que un par de meses después me llegó tu correo, que empezaba diciendo: «No me olvidé, estuve leyendo los cuentos en los tiempos que me quedaban. Te iba a escribir la semana pasada, pero tampoco tuve espacio. Quería hacerlo tranquilo, sin prisa…» Releo este mensaje tuyo ahora y de nuevo siento aquella gratitud, y me alegro de por fin haber empezado a escribir, casi dos años después, este texto que, de alguna manera, te debo. O quiero deberte, más bien. No fue solo que leyeras mis cuentos, y que te tomaras el trabajo de escribirme tu opinión acerca de ellos, y que tu opinión fuera tan generosa: unos meses después, en agosto, te conté en un mail que había decidido venirme a España y te proponía pasar a verte, y nos vimos, seis días antes de mi viaje, nos tomamos un café en el Café de las Artes, que está en el propio Pasaje Dardo Rocha, y me diste algunas recomendaciones y contactos y datos para moverme por Madrid… El rato que compartimos ese mediodía de agosto —que recuerdo como soleado y frío— fue la segunda y última vez que nos vimos. Hablamos, también, de la entrevista que yo le había hecho poco antes a Ricardo Piglia (que también se publicaría en Teína semanas después), me contaste tus recuerdos de la jornada en que le dieron el Premio Planeta por Plata quemada, vos que —al igual que Gustavo Nielsen— también fuiste finalista, con la sinestésica y ensenadense Virgen. Los contactos siguientes fueron ya por mail, o por casualidad, podría decir, como cuando descubrí en el diario El Día una reseña elogiosa de Támesis y Otros Cuentos, el librito que me había publicado la Editorial de la Universidad de La Plata, y tiempo después me contaste que el autor de la reseña habías sido vos. «Una historia que sugiere que la experiencia es una suma fortuita de nimiedades, imprevistos y desencuentros», escribiste entonces, entre otras palabras amigas. «¿Es esa cabañita la amistad?», te preguntabas, la cabañita de mi relato. Mierda. Qué mierda que te hayas muerto, que ya no estés ahí, Gabriel, al otro lado, para saber que te puedo escribir un mail o llamarte o ir a verte cuando vuelva a andar por Buenos Aires, por La Plata, esa ciudad que me gustaba llamar «mi segunda ciudad», aunque eso ahora suena un poco falso, ahora que llevo cuatro años viviendo en Madrid… Por aquí anduvo hace poco Sonia Budassi, y quedé un día con ella, nos tomamos unas cervezas en la plaza del Dos de Mayo, y hablamos de las veces que habíamos estado en contacto, y una de esas veces fue precisamente cuando te fuiste. No sólo porque a través de ella se enteró María Noel y luego me lo dijo a mí, sino porque ella, Sonia, escribió un artículo para el suplemento cultural del diario Perfil, y allí citaba un pasaje de nuestra entrevista, el comienzo de mi texto, cuando llegué al Pasaje Dardo Rocha y pregunté por vos esperando que todos los empleados te conocieran y supieran indicarme cómo encontrarte, y sin embargo me respondieron con perplejidad, así que tuve que preguntar por La Comuna, la editorial de la municipalidad, y entonces dijeron ah, sí, y me orientaron, y cuando por fin di con vos te dije: «No te conoce nadie acá», y vos, con una sonrisa torcida, pícara, susurraste: «Mejor». Ese dialoguito, que tanto dice, fue el que tomó Sonia para su artículo. Yo a ella la conocía de vista, de las «Noches de cuentos» que organizaba el Grupo Alejandría en el bar Bartolomeo, en la calle Mitre, y de ahí yo sabía que ella trabajaba en una editorial llamada Tamarisco, y de hecho el otro contacto que había tenido con ella fue cuando les envié mis cuentos. Fue en aquellos mismos raros meses. Quien me respondió, luego de leerlos, fue Félix Bruzzone, me dijo algunas cosas positivas de mis relatos, prometen, afirmó, pero no creo que convenga publicarlos así como están. O sea, que había que trabajarlos más. Los he trabajado, de hecho, e incluso descarté alguno, y a otro lo modifiqué a partir de aquellas consideraciones… Pero me desvío. Lo que quería en este texto no era hablar de mí sino recordarte, y recordarte escribiendo. Porque eso era lo que te importaba: la escritura. Cuando te entrevisté te dije: «En las solapas de muchos de tus libros se te califica de “secreto”, así, entre comillas. ¿Vos te considerás un escritor secreto?». «No», me contestaste, «lo que pasa es que no me interesa mucho la literatura. Me importa la escritura. Sobre la literatura uno puede establecer cierto canon, lo que es la academia y el mercado, esa tensión. Pero a mí me importa la escritura. Y en la escritura, en el campo del lenguaje, creo que nadie es secreto. Creo que todos decimos apenas lo que podemos decir». ¿Qué es la literatura, Gabriel? «Lo consagrado, lo estatuido, algo así como lo inamovible. Sobre esa preceptiva rige el canon y establece “esto es literatura”, “aquello no es”, “esto se acerca”. En cambio, la escritura es lo opuesto, algo orgánico, vivo, anárquico, tumultuoso, imperfecto. Me interesa mucho la imperfección, recostarme sobre la escritura, porque es ahí donde se advierten las fallas, donde aparece el equívoco, donde respira un texto. La literatura es algo así como la idea, es un fósil, un organismo que estuvo vivo en algún momento y que ya es un organismo muerto. En cambio la escritura me parece lo erróneo, lo vivo». Y ahí ibas, adelante con tu escritura, esa vez me contaste que tenías «una novelita muy pequeña, de ochenta páginas», que habías empezado a publicar en internet. Dos capítulos ya estaban en tu blog, Corte y confección, y después subirías el tercero. «Es la historia de un chico que no puede hablar y que establece otras formas de comunicación, a través de las anotaciones, de códigos distintos, de señales, de alfabetos diferentes». Te pregunté si no tenías miedo de que, al estar allí en la web, te la robaran; me dijiste: «Hay gente que tiene sus temores, que se siente vulnerada. A mí me encanta que me roben. Si la quieren robar, que la roben. Yo ya tuve el placer de escribirla». Gracias por escribir, Gabriel. Así elegiste despedirte, precisamente, dando las gracias por escribir. Se las das a otro, pero es el mensaje que nos dejaste a todos, ahí arriba en letras verdes en la última entrada de Corte y confección, desde donde nos seguís mirando a todos, observándonos por encima del hombro, pero una mirada que no tiene nada de vanidad, sino que es puro misterio, sugerencia. Gracias por escribir, leemos sobre el fondo negro del blog, y al lado vemos las portadas de muchos de tus libros, y en ese último post, que subiste una semana antes de poner tu último punto y aparte, hay 37 comentarios, saludos de gente que te quería, algunos colegas más o menos famosos, exalumnos tuyos, incluso deseos de que el Pincha te rindiera un tributo desde Belho Horizonte —y así fue: unos días después Estudiantes de La Plata se consagró en Brasil campeón de América—, pero luego, es curioso, los saludos, los mensajes en ese muro que se va haciendo de lamentos y melancolía, se mezclan con algunos de esos textos breves de comentadores profesionales, bloggers que ven en sus comentarios en blogs ajenos sólo una manera de ganar visitas en sus páginas propias, hasta que al final aparece, descarado y brutal, el más burdo spam, un enlace a YouTube, alguien que ofrece poner publicidad en tu blog, links orientales (la extensión es .tw así que deben ser taiwaneses)… Alguien que firma como Cenzcéu se viste de Quijote y les responde, no abuses de ningún espacio, pide, pero mucho menos de uno que se ha consagrado a la memoria de uno de los tantos que se han ido, me cago en tus links japoneses —o lo que fueren— y me cago en tu falta de lectura, de criterio y de respeto. Cortala. Enseguida nomás, con indiferencia godzillesca, aparece el tal Anónimo, el mismo u otro, da igual, con sus enlaces asiáticos y yo me animo a imaginarte, Gabriel, en el lugar donde estés, viendo estos comentarios y sonriendo con tu sonrisa torcida y pícara y diciendo «mejor», como quien dice «no avivés giles». Porque fuiste vos el que me dijo: «El blog me entretiene, me gusta, es un intercambio distinto, y he descubierto algo: ahí hay un lenguaje mucho más espontáneo, con muchos más errores, más fallido, y a veces directo y confesional, como una bitácora, como un diario… Es una contaminación maravillosa, y es un elemento que se va nutriendo de voces que se incorporan, la escritura más provisional y más palpable». Es decir, esos comentarios también son el blog, lo que va quedando y lo nuevo que llega. Como configuraste el sistema para que no quede registrada la fecha en que se agrega un nuevo comentario, ahora, mientras apunto todo esto en un cuaderno, me veo tentado a meter yo mismo mi mensaje, que el próximo que entre no vea ya 37 sino 38, que alguien incluso detecte que hay un comentario más y que se meta a mirarlo, alguien que me lea, una (otra) botella al mar. Algún tiempo después publiqué en mi blog un artículo en el que me preguntaba adónde van los blogs cuando la gente ya no está. «¿Y ahora? ¿El blog de Gabriel quedará allí, inmóvil, intocable, hasta el fin de los tiempos? ¿Cuál es el destino final de un blog?». Un mes y medio antes que vos se había ido una chica conocida, de veintipoquitos años. La noticia me shockeó. La encontraron muerta en la bañera de su casa, un departamento al que se había mudado poco antes en el barrio de Almagro, parece que fue una pérdida de gas lo que la durmió para siempre. Ella no hacía un blog pero tenía su perfil en Facebook, y lo sigue teniendo y yo sigo siendo su amigo, la gente le sigue dejando su cariño y sus recuerdos en el muro como se pueden dejar cartas sobre una tumba, cartas abiertas, públicas, y ahora indago en su perfil y retrocedo en el tiempo y llego hasta el momento en que nos sumamos en esta red social, y recuerdo que el último contacto que tuvimos fue precisamente ahí, ella comentó una foto mía, yo estoy parado en la puerta de un hostel de Barcelona y encima de mí se ve el cartel que incluye la palabra Youth, y ella comentó: «¿Todavía calificás como “youth”?», se burlaba de mí porque yo le sacaba unos años de diferencia, y le sacaré más, porque seguiré cumpliendo y ella siempre será la jovencita que acababa de dejar la casa de sus viejos en Varela y que se definía a sí misma en (de nuevo) el Facebook con los Beatles: ¡Shine! ¡Shine! ¡Shine! ¿Cuál es el destino final de un blog?, me preguntaba, y comentaba que el tuyo, Gabriel, seguía allí como la luz de una estrella que ya se apagó. Pero ahora sé que no, que aquello fue un error. El blog no es nada apagado, sigue ahí, encendido, vivo. Como la escritura. Tu escritura, ahora, eso sí, es literatura. Si hasta te dieron un premio —la academia o el mercado o quien sea— por aquella «novelita muy pequeña» de la que me habías hablado, la primera edición del concurso Letra Sur, en 2008. Alcanzaste a presentarla, tanto en Buenos Aires (en diciembre) como en La Plata (en abril), y pasó algo muy raro, recordarás, yo había publicado en mi blog una entrada relacionada con el premio, y unos pocos días después alguien comentó: «Mirá en mi blog el último curro: ganar concursos con obras éditas delante de los ojos de todo el mundo. Una vergonia. Encima el tipo es funcionario del Estado». Entonces me fui a su blog. Había allí (y sigue habiendo) un único post, en cuyo título aparece tu nombre y el calificativo de «ladrón de premios literarios federales», y cuyo texto comienza diciendo: «Dudosa elección de una novela inédita (que ya era édita) en el Premio Letra Sur…» Y lo que hace después es transcribir completo un párrafo, precisamente, de mi entrevista, ese en el que me decís que habías empezado a publicar la novela en el blog… Después este hombre pega los links a las entradas con los tres capítulos publicados, y el texto completo de las bases del certamen, y acaba concluyendo que la condición de obra (según él) no inédita de la novela «le da al conjunto del premio (y a la publicación de dicha obra) una sombría versión del cumplimiento de las bases y condiciones que debían respetarse a rajatabla, y sin las cuales el concurso carecía de sustento legal y contractual, como queda en evidencia». De inmediato quise avisarte, te mandé un mail la misma mañana en que el tipo había publicado el texto en su blog y el comentario en el mío, creo que no se dio cuenta, te pongo en el mail, de que ambos, el autor del blog donde comentó y el entrevistador cuyo texto cita, éramos la misma persona, te aviso para que lo sepas, espero que esto no te traiga ningún inconveniente. Cualquier cosa, te agregaba, si te puedo ayudar en algo, incluso borrando este comentario de mi blog, no dudes en decírmelo. Y te decía que poco después, en diciembre, andaría por la patria, a ver si coincidimos por La Plata para tomar un café y conversar un rato. Me respondiste menos de dos horas después. Si hasta podía ver tu gesto torcido y pícaro. Escribiste: «Ja, qué boludez. Argentino resentido, seguro. Lo real: de la novela sólo publiqué tres capítulos y nada más. O sea: está inédita. Y precisamente dejé de publicarla cuando se me dio por enviarla a concurso. Hacé lo que se te ocurra con ese comentario. Te agradezco el dato. Y sí, funcionario que funciona. La nueva gestión borró a todos los directores. Quedó uno, el boludo que había editado 36 libros, sin amiguismos. En fin. El mejor comentario lo recibí de Marcos Mayer, crítico a quien no conocía y que hizo la preselección: “Estábamos seguros de que se trataba de un pendejo, por lo jugado del argumento”. Me lo hizo en Madryn, después de que me entregaran el premio. Él y Martín Kohan fueron quienes más defendieron el libro. Y bueno, qué decir. Apenas eso y el abrazo». Porque así te gustaba despedirte, lo recuerda también el tal Cenzcéu en uno de sus comentarios: «El abrazo, como gustabas decir, hermano», y no un abrazo, como suele ser más común, o simplemente abrazo, sino el abrazo, como si hablases de algún abrazo en particular, o como si te refirieras al abrazo de siempre, o mejor, como si aludieras a la idea platónica del abrazo. Te volví a escribir enseguida, y de nuevo un mail tuyo: «Querido Cristian, mirá lo que son las cosas. Después de contestar tu mail, como me había olvidado, fui al blog y busqué. De febrero de 2007, es eso. Casi dos años. Ni lo recordaba. Bueno, lo borré. En fin, justo a mí, eterno segundo en cuanto premio he concursado. Bueno, el abrazo». Ese diciembre y parte de enero estuve en la Argentina y al final no coincidimos. El último contacto fue en febrero de 2009. Te escribí para invitarte a que leyeras dos nuevas entrevistas mías que se acababan de publicar en Teína: Sergio Chejfec y Rodrigo Fresán. «Abrazo, Cristian», me contestaste, «bueno, voy a subir a leerlas. Ando con algunos problemas personales, en fin, espero se solucionen. No sé. Aquí la novela anda muy bien en ventas (raro que lo digan los mismos editores) y con críticas buenas, también. Gracias por escribir, abrazo y lo mejor. Voy a leerte». Eso fue lo último que me dijiste. Yo te envié un último correo, ese mismo día (yo ese día cumplía 31 años), torpemente apuntaba que esperaba que los problemas no fueran nada grave y que ojalá se solucionaran pronto, y que por cualquier cosa ya sabías dónde encontrarme. Pero por supuesto ni me imaginaba lo que iba a pasar, lo que ibas a decidir, la noticia que iba a darme María Noel unos meses después y que yo me pondría a buscar en las webs de los diarios platenses, para encontrarme con que Hoy lo cubría como un suceso policial, y aun ahora, dos años después, entrás en la página de ese periódico infame y ves que la foto que acompaña al texto («Un reconocido escritor platense se quitó la vida») es la de un patrullero estacionado en la puerta de una casa… Un par de meses después estrenaron la película basada en una de tus novelas y publicaron una antología de textos de tu blog, un librito titulado Posted by, editado por La Comuna, un homenaje en cuya presentación estuvieron, entre otros, Juan Sasturain y Martín Kohan, y este último dijo: «La pregunta del porqué es trivial, ajena e impropia. La verdadera compulsión es de los otros, de lo que quieren hallar razones». Desde luego, yo no busco razones. Me quedo con lo último que me escribiste, gracias por escribir, abrazo y lo mejor, voy a leerte. Con la generosidad de tus lecturas y tus comentarios, cuando elogiaste mis relatos y te pregunté si podía usar esos comentarios tuyos como «carta de presentación» y me respondiste: «De lo que te haya dicho, que ya no recuerdo, podés usar lo que quieras». Y cuando armé una pequeña edición de aquellos relatos, edición que circuló entre unas pocas manos amigas, incluí aquello como texto de contratapa, y ahora —es raro— escribo esto que no sé si es un relato o una carta abierta o una (otra más) botella al mar, para que aparezca publicada junto con aquellos cuentos que leíste. Por todo eso, soy yo el que te dice gracias, gracias a vos, Gabriel, amante del error, por escribir, por leer, por la buena onda. Lo mejor. El abrazo.

Mayo de 2011
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20 de octubre de 2011

Mi posición ante las elecciones




No puedo votar en las elecciones presidenciales argentinas de este domingo. Para hacerlo, tendría que haberme anotado en el consulado de nuestro país en Madrid antes de abril de este año, ya que la ley electoral dispone que, para poder gozar de mi derecho al voto (al estar fuera del país deja de ser una obligación), a pesar de tener el cambio de domicilio hecho a esta ciudad, debo «darme de alta» en un listado al menos con 6 meses de anticipación.

Si estuviera habilitado para votar, lo haría. No sé por qué partido. El objetivo de este artículo es dejar clara mi postura acerca de este momento de la situación política de la Argentina.

PASIONES Y CRISPACIONES

Lo primero que debo decir es que la situación política del país me resulta muy pero muy difícil de entender. Esta dificultad es compartida por muchos argentinos y argentinas que, al igual que yo, viven fuera y con los que he conversado. «Difícil de entender» no es un juicio de valor sino una mera descripción. (Mientras escribo y yo mismo me obligo a aclarar lo que quiero decir con esa expresión, me doy cuenta de que eso es parte de la propia dificultad: el riesgo de que todo lo que uno dice sea interpretado de un modo u otro, según las necesidades o el gusto del oyente.)

Tan difícil me resulta que, de un tiempo a esta parte, empecé a dejar de intentar entender. Me conformo con estar lo más informado que puedo.

Creo que siempre debe ser difícil entender cuando estás afuera, pero mucho más cuando el país vive una situación atípica. Atípica al menos en los años que uno vivió allí: me dicen que la última vez que se vivió con una pasión (por llamarlo de algún modo) como la actual fue durante la «primavera alfonsinista»; yo nací en el 78 y no tengo recuerdos de aquello. Mis recuerdos «políticos» (por llamarlo de algún modo) más antiguos se remontan a la fatídica semana santa del 87.

Caí en la cuenta de que las cosas eran distintas de como yo las había dejado hace casi un año, el 27 de octubre de 2010. Ese día, tercer aniversario del triunfo electoral de Cristina Fernández de Kirchner y asueto debido al censo general, estaba en mi trabajo cuando, a eso de las 2 de la tarde, hora española, mi amiga María Noel me dijo por chat: «Murió». Minutos antes habíamos estado hablando de sus problemas de salud, y yo le había dicho: «Son muchas internaciones en poco tiempo… se va a morir de verdad». Pues se murió de verdad.

Lo primero que se me ocurrió fue un chiste: «Un censado menos». Tuve la idea de ponerlo en el Facebook, pero no lo hice porque, a pesar de cómo somos, siempre resulta un poco desagradable y fuera de lugar hacer chistes con la muerte, de un expresidente argentino, de Kadafi o de quien sea. ¡La que me hubiera caído si lo hacía! Poco a poco fui enterándome: de los que se pusieron a tocar bocina en el centro, de la indignación de muchos… pero después empecé a sorprenderme, al ver que muchos amigos y conocidos comenzaban a manifestar su dolor. Para muchos de ellos, cuya posición política actual desconocía pero con quienes históricamente había compartido (más o menos) opiniones, no se había muerto un expresidente, un político: se había muerto un líder. Frases del tipo «Ahora más que nunca, ¡fuerza, Presidenta!» me hacían darme cuenta, de golpe y porrazo, de que las cosas habían cambiado. Leer el testimonio de un amigo que esa noche fue a la Plaza de Mayo y se abrazaba con cualquiera unido en el dolor y el llanto me hablaba de una Argentina que yo no solo no conocía, sino que ni siquiera sospechaba.

UN TRECHO LARGUÍSIMO

Me vine a España en septiembre de 2007; retorné a la Argentina en diciembre de ese año, estuve allí unos meses y luego ya me vine, de modo estable, en mayo de 2008, en pleno «conflicto del campo», cuando un humo misterioso invadía Buenos Aires como si fuera la isla de Lost, yo no había visto Lost y River no solo jugaba en Primera sino que estaba a punto de salir campeón. Aquella era, definitivamente, otra Argentina.

El gobierno de Néstor Kirchner había tomado medidas que, según mi opinión y mi punto de vista, fueron muy positivas, pero también otras que no me habían gustado. Lo mismo pasó en los años siguientes —insisto, según mi modesto entender— con el gobierno de Cristina Fernández. Me alegra, hoy en día, escuchar y leer noticias positivas y alentadoras sobre la Argentina, y me entristece leer y escuchar cosas negativas. Lo que me cuesta muchísimo entender es la crispación, la división en dos bandos absolutamente antagónicos, la guerra declarada y, sobre todo, la pasión con la que tirios y troyanos se lanzaron a la lucha.

Pregunté al respecto muchas veces y me dieron diferentes respuestas. Hablé con mucha gente con la que solía coincidir políticamente; algunos son kirchneristas acérrimos y otros están en desacuerdo con el gobierno. Muchas de esas personas, desde ambos bandos, hablan de lo que está enfrente como motivo (no el único, pero sí uno de ellos) para posicionarse. Cito a un amigo: «Cuando los gorilas (militantes de lo antipopular) y los chimpancés (militantes del enojo ante los malos modales del kirchnerismo) se sitúan en estos lados, cada vez con más intensidad sé donde tengo que estar en este momento». Según esta clase de categorizaciones, caras al peronismo, muchas veces me siento un chimpancé. No es algo de lo que me avergüence.

Lo que quiero decir, y es esto el motivo de todo este texto, es lo siguiente: si la cosa está entre el kirchnerismo (englobando en este término al gobierno en el período 2003-2011, sus medidas, sus integrantes, sus acólitos, etc.) y el antikirchnerismo (suponiendo que esto es un grupo y que dentro de él están las figuras más representativas de lo que se llama «la oposición», los dirigentes del campo, la clase media porteña, los votantes de Macri, los que creen que el principal problema de la Argentina es la seguridad, etc.), claramente me siento mucho más cerca del kirchnerismo. Y entiendo a los que dicen que una cosa es lo ideal y otra lo posible, y que entonces hay que alegrarse y apoyar a este gobierno, que es lo mejor posible en este momento. Me gusta la idea de que esto es el comienzo de un camino que puede ser muy bueno a la larga, cuando estas políticas persistan pero corrigiendo lo que se hace mal. Pero de ahí a convertirme en un militante capaz de hacer la vista gorda ante cuestiones que considero fundamentales (no solo «malos modales») y que este gobierno no respeta, hay un trecho larguísimo. Por eso mi dificultad para entender cómo personas de las que —repito— me he sentido históricamente cerca en cuanto a opiniones y posiciones políticas se han convertido en militantes y casi fanáticos de este partido y este gobierno.

Quisiera que quede claro que esto no es una crítica a las personas que han asumido esa postura; insisto, como dije al principio, que la dificultad para entenderlo es solo eso y no implica ningún juicio de valor.

Estar afuera tiene esas cosas. Por más que uno intente informarse a través de distintas vías, hable con familiares y amigos, lea la prensa, perciba lo que se comparte en las redes sociales, no es lo mismo que respirar el día a día, convivir con esa sociedad.

Por todo esto, si pudiera votar, no sé por quién lo haría. Sé por quiénes no lo haría: no votaría a Rodríguez Saá, a Duhalde, a Carrió, a Alfonsín. Eso es lo que puedo asegurar. Y como cada tanto termino enzarzándome, casi sin quererlo, con amigos en el Facebook sobre estas cuestiones, quería ser claro al respecto. Supongo que hoy por hoy estar afuera es una de las únicas maneras de no verse obligado a definirse como K o anti-K. Yo, al menos, no creo estar en ninguno de esos dos bandos.

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6 de octubre de 2011

Carta de protesta, o cómo El hacedor (de Borges), Remake se convirtió en una novela política




(Texto completo de la carta abierta contra la censura impuesta por la viuda de Borges sobre el último libro del escritor español Agustín Fernández Mallo. Estoy entre los firmantes.)

Hoy queremos manifestar nuestro frontal rechazo ante un hecho insólito. María Kodama, heredera de los derechos de autor de Jorge Luis Borges, ha obligado a la editorial Alfaguara a retirar del mercado El Hacedor (de Borges), Remake, la última novela de Agustín Fernández Mallo, bajo amenaza de denuncias. La obra, que contiene el nombre de Borges en su título, e incluye fragmentos y títulos de los poemas del escritor argentino en el orden original de El Hacedor, pronto se va a retirar de las librerías y dejará de existir tal y como fue concebida.

A El Hacedor (de Borges), Remake no se le acusa de plagio. Se le acusa de insertar unos materiales protegidos por derechos de autor dentro de una obra original, sin contar con el debido consentimiento de su propietaria. No ha importado nada que la obra funcione como un homenaje a Borges, quien se halla tan presente que resultaría disparatado acusar a Fernández Mallo de actuar de forma deshonesta. Su supuesta falta no tiene nada que ver con el engaño, sino con haber compuesto una pieza original valiéndose de algunos fragmentos que tenían dueña; una dueña que no está dispuesta a compartirlos.

¿Cuántas obras artísticas y webs hoy en día se valen de textos, videos, imágenes o sonidos de procedencias diversas? El Hacedor (de Borges), Remake, más que como singularidad, podría tomarse como ejemplo de un procedimiento que se aplica de forma masiva en la actividad creativa de nuestros días, a través de formas que no son más que la versión actualizada de un principio rector de la cultura y el conocimiento: lo nuevo siempre se construye a través de lo viejo, y de lo ajeno. Seguir ese principio, que se halla muy por encima de legislaciones e intereses particulares, no solo es legítimo; es fundamental. La inmensa mayoría de las personas así lo comprenden, de ahí que la decisión de María Kodama sea una excepción extraordinaria. Pero incluso como excepción, resulta intolerable.

En un artículo publicado en El Cultural de El Mundo, la señora Kodama, quien confiesa no haber leído El Hacedor (de Borges), Remake, dice haberse dejado guiar por su abogado, quien considera “una falta de respeto” el tributo de Fernández Mallo, por no haber pedido permiso. Imaginemos qué sería de los creadores, académicos o investigadores si, cada vez que usaran materiales prestados tuvieran que solicitar el beneplácito de sus propietarios, que se hallan amparados para denegárselo por consideraciones tan caprichosas como las de este caso. Que, de ahora en adelante, esos creadores tuvieran que valerse de lo ajeno, sin incurrir en el plagio, con un ojo puesto en la legislación, ante la amenaza de una demanda. Todos comprendemos el lugar aberrante en que se convertiría el mundo de la cultura si se generalizaran acciones como las emprendidas por Kodama, de ahí nuestra reacción. Consideramos que no existe la más mínima legitimidad moral para censurar así una obra; solo existe un defecto en una ley que nunca debería dar cabida a esta clase de abusos. Una ley anacrónica, formulada en tiempos pre-digitales y ajena a la deriva del arte contemporáneo.

Rogamos encarecidamente a María Kodama que reconsidere su decisión, y no se oponga a la justa difusión de El Hacedor (de Borges), Remake. Una rectificación a tiempo puede dejar en mero malentendido esta equivocación, que sería mucho más grave en el caso de perpetrarse. En los pocos días de circulación de la noticia, la condena de escritores, editores y amantes de la literatura ha sido unánime, y deja claro que su acción va a tener exactamente el efecto contrario al que buscaba: en vez de proteger el legado de Borges, deslegitimará a quienes lo gestionan. A este respecto, hay que considerar no sólo el diseño de la portada de la novela de Fernández Mallo (un corazón dorado: una declaración de amor al maestro), sino también el efecto que ha causado ese libro: una relectura del original, El hacedor, que durante las últimas décadas ha tenido menos circulación y lecturas que otros libros más conocidos de Borges, como Ficciones o El aleph. Quienes firman aquí suscriben todo lo dicho.

(Click en Seguir leyendo para ver el listado de firmantes)