14 de junio de 2011

Tres recuerdos para Borges, un cuarto de siglo después



EL POST ANTERIOR comenzaba con una referencia a la Casa de América de Madrid. Pues aquí vamos de nuevo.

Con motivo del 25º aniversario de la muerte de Jorge Luis Borges, esta institución organizó un ciclo de charlas, entre las cuales la más interesante, creo, fue la del jueves pasado, en la que participaron Alberto Manguel, Luis García Montero y Ricardo Piglia. El primero habló del Borges lector, el segundo del poeta y el último, del narrador. Comparto acá, a modo de homenaje —hoy que se cumple exactamente el cuarto de siglo de su adiós en Ginebra—, las tres intervenciones.





6 de junio de 2011

«Busco novia coja:
cuanto más coja, mejor»



CHARLA EN LA Casa de América, hace un par de semanas. Tema: «Escribir en el español del siglo XXI». Participantes: Mercedes Cebrián, Agustín Fernández Mallo, Martín Lombardo y Antonio José Ponte. En un momento Cebrián apunta que a ella no le gusta la expresión «hacer el amor», y que por eso no la usa nunca, ni en su habla cotidiana ni en su literatura. Tampoco —añade— le agrada el verbo «follar», por lo cual tampoco lo emplea. ¿Cuál es la consecuencia? Que sus relatos carecen de escenas de sexo.

Si lo planteamos en términos de forma y contenido, podríamos decir que, en este caso, el segundo está supeditado a la primera. Es decir: un contenido imposible debido a que no hay modo de darle forma.

Después tomó la posta del comentario Martín Lombardo (autor de Locura circular, entrevistado por unabirome) y, en tono de chiste, dijo que él sufría, para narrar otra acción, un problema similar. No le gusta el verbo «tomar» en el sentido de «asir con la mano algo»; por supuesto no puede usar el españolismo «coger», que en nuestro país tiene un significado completamente distinto. (Por cierto, un dato: «Realizar el acto sexual» es la 31ª de las 32 acepciones que incluye el Diccionario de la RAE) Resultado: en sus novelas nadie agarra nada. Como queda claro, esta conclusión mía desbarata el chiste; los argentinos no tomamos ni cogemos sino que agarramos. O mejor dicho: tomamos y cogemos, gracias al Cielo, pero en otro orden de cosas.


LA FRASE QUE titula este artículo la vi en una remera, en Mar del Plata, hace algunos años. Me encanta, me parece estupenda —más allá de la gracia— por la precisión de su juego de palabras. Lejos del doble sentido fácil, imposible de decodificar en una camiseta (sentido español vs. sentido argentino del verbo coger), emplea un adjetivo de significado (y origen) completamente distinto para articular una frase en la que los dos planos del sentido encajan a la perfección.

Le da, de hecho, una vuelta de tuerca a un chiste que conozco desde hace muchos años y que también lo hace muy bien. Un rengo va persiguiendo a una chica, hasta que esta se cansa, se detiene, se da vuelta y le dice:

—Dejá de seguirme, ¡cojo asqueroso!
—No importa, yo te enseño.


EN SU LIBRO Karcino: Tratado de palindromía, Juan Filloy dedica algunas reflexiones a las frases capicúa que bien son aplicables a los juegos de palabras. Dice:

Las palabras pareciera que esperasen a quienes, en una mayéutica formal, las alumbrara, para conducirlas por sendas metodológicas hacia revelaciones inéditas… [Este arte] encarna además un coeficiente natural de la escritura, porque lo que se escribe ya está escrito, o mejor: inscripto de modo exacto viniéndose desde las incógnitas del tiempo y del espacio.

Siempre me pregunto: ¿cómo surge esta clase de humor popular? ¿Cuál es el primer cráneo que descubre el adverbio debajo de la piel del adjetivo «asqueroso», para que a su vez —como una ficha de dominó cayendo sobre otra— «cojo» revele su doble condición de sustantivo y conjugación verbal?



El «mal leído» de Daniel Rabinovich, de Les Luthiers.
Un clásico del mejor humor basado en juegos de palabras.


EN LOS PALÍNDROMOS la forma importa más que el contenido. Veamos como ejemplo uno extraído del libro citado:

SERIA, NO DABA; NI CORTA, PATROCINABA DONAIRES

El sentido está al servicio de la forma. «Lo mismo que las licencias poéticas —apunta Filloy— la palindromía recaba alguna tolerancia a durezas sintácticas y lógicas; y hasta cierta indulgencia cuando la locución adosa perfiles insólitos, tosquedades o quebrantamientos del orden gramatical».

El juego de palabras, en tanto, constituye la combinación perfecta de forma y contenido. Aquí no se admiten tosquedades ni durezas: la arquitectura de la frase exige la máxima precisión para poder sostener el doble edificio del sentido.


YO SOY MUY dado a los juegos de palabras; de hecho, tengo cierta fama —entre mis familiares, amigos, compañeros de trabajo— de contador de chistes malos. En realidad no es que cuente chistes malos, sino que no puedo evitar estar todo el tiempo hurgando en lo que escucho, leo y digo; agarro (y no cojo) las palabras y las doy vuelta, las pongo patas para arriba y las sacudo y veo qué se les cae del bolsillo. Casi siempre son moneditas de esas que no valen nada, pero cada tanto me encuentro algún billete, incluso alguno medio grande. Billetes de curso ilegal de una moneda no oficial que pocos valoramos. En esos momentos me siento rico, feliz.

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3 de junio de 2011

¡Indignaos… del mundo, uníos!



En el principio fue la palabra. Fue el título de un librito que se convirtió de la noche a la mañana en un éxito de ventas en Francia y que llegó a España para seguir siendo best-seller. Su autor era un hombre de 93 años llamado Stéphane Hessel, de quien la mayoría de nosotros no habíamos oído nunca hablar y ahora nos enteramos que se trataba de un diplomático y escritor francés, héroe de la resistencia contra los nazis y uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, entre otras cosas. El título original del libro fue Indignez vous!; su traducción al español: ¡Indignaos!

Casi un juego de palabras: ese «¡Indignaos!» del título es la forma de la segunda persona plural —en su versión familiar (vosotros) y no la más formal (ustedes)— del imperativo del verbo «indignarse». Es decir, la versión latinoamericana del libro debería titularse «¡Indígnense!». Pero «indignaos» es también la manera que asume, para la gran mayoría de los españoles, la palabra «indignados», tras sufrir la tradicional caída de la letra d. El libro, entonces, parecía llamar a la indignación de los indiferentes pero también invocar directamente a los irritados, a los rabiosos, a los hartos.

Y así fue. Desde los estantes y las vidrieras de las librerías, el pequeño volumen de Hessel (Ed. Destino, 5 euros) fue la primera chispa.

Eso no es todo. La forma más frecuente en el habla de los españoles evita las conjugaciones del imperativo y utiliza el infinitivo. No dicen, por ejemplo, «avísennos» ni «avisadnos» sino «avisarnos»; no dicen «vayan» ni «id» sino «iros». Por eso, la forma más normal en el habla de la calle es «indignaros». «Indignaos», entonces, es una palabra que en el habla cotidiana prácticamente no existe. ¿No es curioso? Una palabra inexistente para atizarnos a todos.



EL MEDIO ERA el mensaje. De las 64 páginas del libro, el texto de Hessel ocupa apenas 25. Lo demás se va entre notas, aclaraciones, prólogos y demás aditamentos. Y no dice nada del otro mundo, nada que uno no pueda imaginarse que va a decir. El medio es el mensaje porque no importa lo que este libro dice con las palabras que lleva impresas en su interior, sino con la multiplicación de la palabra que lleva en su portada.

No deja de ser curioso, por cierto, que en la era de las redes sociales este mensaje se haya multiplicado a través de un soporte de los siglos anteriores: el libro. En lugar de ser los blogs, Facebook, Twitter o cualquier milonga de estas los que concretaran la indignación, lo fue un medio que algunos consideran en crisis, que siente miedo ante el surgimiento de esos formatos electrónicos… El Grupo Planeta —representante dilecto de los grupos capitalistas que acaparan  y arrasan y son responsables de la indignación ciudadana—, encantado: se quedó con los derechos para la edición española del librito y vende a 5 euros lo que en Francia (donde el nivel medio de ingresos es marcadamente superior) cuesta 3…

Claro que después sí llegaron las redes sociales, la difusión vía internet, SMS, smartphones y los símbolos # y @ delante de las palabras. Y en este sentido también el medio es el mensaje. Pero lo que ahora más cabe preguntarse no es lo que está delante de las palabras sino lo que estará detrás…


SEGÚN LA BIBLIA, en el inicio de los tiempos, después de la Palabra —que estaba con Dios y era Dios— se hizo la luz. ¿Podrá hacerse una luz ahora?

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