11 de noviembre de 2010

Música de fondo para una novela animada (Charly dixit, o casi)

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Algunos apuntes sobre Locura circular, de Martín Lombardo

UNO. Quizá Locura circular (Los Libros del Lince, 2010) sea la novela de una generación. ¿Perdida? “Todas las generaciones se pierden por algo y siempre se han perdido y siempre se perderán”, pensó y escribió Hemingway en un momento de furia contra Gertrude Stein, antes de usar la célebre frase de ella (“todos ustedes son una generación perdida”) como epígrafe de Fiesta, su primera novela. ¿Quién es capaz de afirmar que una generación se ha perdido? Yo sólo puedo decir que la de los jóvenes argentinos y argentinas venidos a España en los albores del siglo XXI tras la grave crisis económica del país constituye eso: una generación. Si se pierde o se gana o se empata, quién sabe.

DOS. “Lo único que me aferraba al suelo eran las ruedas del avión. Una vez que la máquina despegó, nada. Más tarde, aterricé en Europa y busqué dónde vivir”. Así comienza la novela de Martín Lombardo, un modo simple y práctico —y tal vez también descarnado y brutal— de graficar cómo el personaje deja atrás su pasado, su país, su historia, todo. De hecho, a lo largo de la novela no habrá historia anterior: todo lo que sucede, todo lo que el protagonista y los demás personajes son, ocurre allí, sin pasado, en esa Barcelona multiforme y poliédrica en el que cada uno obtiene mil reflejos, iguales y diferentes a la vez, de sí mismo. Esa Barcelona que inspiró una revista de humor cuyo eslogan, parodiando al de Clarín, la define como “una solución europea para los problemas de los argentinos”. El viejo chiste: los problemas del país tienen una salida: Ezeiza.

TRES. La novela está construida sobre tres grandes ejes. Uno, los personajes. Dos, Barcelona. Tres, las canciones de Charly García. Las letras de Charly aparecen todo el tiempo, en prácticamente todas las páginas, intercaladas en el relato. Y ejercen realmente el papel de música de fondo, porque están tan presentes que mientras uno lee siempre tiene sonando en un segundo plano mental la canción cuyo fragmento acaba de leer. Por ejemplo, cito a Lombardo:

Resignado, cumplo la triste misión que le corresponde a cualquiera que escucha, una y otra vez, la pena de amor de un amigo: lo escucho como quien oye llover y le digo que todo se resolverá. Rompe las cadenas que te atan a la eterna pena de ser hombre y de poseer, Charly dixit. No traicionaré al Estrecho. ¡Qué tristeza! Se está perdiendo la rebeldía del rock and roll. Rock and roll yo, Charly dixit. ¡Esta clara va a tu salud, Estrecho —y a tu (magra) cuenta bancaria—! Nunca entenderás todo lo que te respeto.
El protagonista central —que narra la novela en presente y en primera persona— dice que todo su equipaje fueron los CDs de García y una guitarra eléctrica. Y que los demás no entienden a Charly, que el único que lo entiende es él, que esquizofreniza con su música.

CUATRO. Además de la música de Charly: juegos de palabras, reutilización de eslóganes y frases hechas, leyendas urbanas, modismos de diferentes partes del mundo (argentinos, chilenos, castellanos, catalanes), neologismos… La novela es muy pop; recuerda a Rodrigo Fresán, pero sobre todo al primer Fresán, mucho más al de Historia argentina y Esperanto que al de Jardines de Kensington y El fondo del cielo. Curiosamente, a los libros que escribió en la Argentina y no en Europa.

CINCO. El segundo de los cuatro capítulos, en el que se describe una larga fiesta, se titula “Los asesinos de la lengua”. La lengua es, sin dudas, uno de los leit motivs de la novela. Dice el narrador: “La gente habla en diferentes idiomas. La mayoría habla en español. O al menos lo intenta. Somos los asesinos de la lengua. Creo que ellos no lo saben. En cualquier caso, no les importa. Yo soy el principal asesino de la lengua. La idea me gusta”.

Por eso, en varios pasajes le dicen al personaje: “Hablas raro”. Y él supone que a las mujeres les gusta “el híbrido” de su forma de hablar: “Viens avec moi, mulher. Come with me, rapaza. Capicce? Undestand me?”.

Y no por nada, uno de los momentos de quiebre de la novela, a partir del cual nada es igual, se da cuando el personaje hace algo que no describe como dar un beso, sino: “… me doy cuenta de que mi lengua está dentro de su garganta”. La cursiva es mía.

SEIS. El narrador finge que no le importan los nombres, y afirma que “en esta ciudad nadie tiene nombre, sólo apodos”. Pero ¿qué otra cosa son los apodos que otros nombres? Y así sucede que:
-El narrador empieza la novela explicando los apodos de sus amigos, Neurus y el Estrecho.
-Se lamenta de la separación de la banda porque les “quedaron nombres sin usar”.
-Los demás personajes pronuncian varias veces el nombre del protagonista, o se lo preguntan y él responde, pero nunca nos enteramos de cuál es. Es decir: deliberadamente no se lo enuncia.
-La Mujer Que No Hace Preguntas, obviamente, es un personaje definido por su propio nombre, al igual —aunque en menor medida— que Lady G.
-El narrador se pasa gran parte de la novela tratando de averiguar el nombre de “la chica de las rastas”.
Etcétera.

SIETE. Alguna vez escuché que se había propuesto a Bob Dylan para el premio Nobel de Literatura, pero que se lo descartó porque sus letras, consideradas sin su música, no eran tan buenas como parecían —como sonaban— en las canciones. No sé si es verdad. Leyendo esta novela, tuve la sensación contraria: que las letras de Charly García ganan leídas como poesía, que adquieren un valor agregado cuando se las escinde de la melodía.

OCHO. ¿Una generación encontrada? Todas las etiquetas tienden a ser erróneas. ¿Quién podría encontrarla? ¿Cómo? Pues una de las formas, me imagino, es escribiendo una novela que la describa, la represente, la retrate, le dé forma. Una generación de personas que, como dice el narrador, siempre se sienten “recién llegadas” a todas partes. Que están en constante movimiento, como dice Juan Martini en otra reseña del mismo libro: personajes “que dan vueltas y vueltas alrededor de las mismas cosas como si estuviesen empeñados en demostrar (sin proponérselo) que no hay nada alrededor de lo cual dar vueltas”. Que se ven atravesadas constantemente por la herida de los amigos y familiares que se vuelven a su país.

Quizás, me temo, sea una novela con sentidos y significaciones que —por cuestiones idiomáticas, formales y argumentales— se le escapen a quien no sea un argentino joven que haya emigrado a España en los albores del siglo XXI (que además conozca bastante las canciones de Charly, por supuesto). Argentinos que hayan seguido su propia ruta del tentempié, en busca de su propio éxtasis.





NUEVE. Alguna vez leí una frase atribuida a García Márquez, según la cual “todos escribimos, a lo largo de nuestra vida, un solo libro; lo difícil es saber cuál es ese libro”. Tampoco sé si es verdad que Gabo opine eso. El narrador de Locura circular sostiene:

Todo sucede en la infancia. […] Cada una de las melodías que, poco a poco, nos vienen a la cabeza, en realidad, las inventamos en la infancia. Charly inventó una sola canción. Los discos de él son fragmentos de esa canción. Y las canciones de sus discos, fragmentos de los fragmentos.
En tal caso, habrá que estar atentos al próximo fragmento de Martín Lombardo. Si sigue la línea de este, será un placer.


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3 comentarios:

Julián Chappa dijo...

Cristian:

Tu crítica de «Locura circular» me parece la más interesante de las que se han publicado hasta el momento (espero que la inminente reseña que publicará «Ñ» de Clarín te supere...).

Más allá, mucho más allá de encargarme de la prensa en Argentina del libro de Martín y de ser colega, amigo y admirador de Enrique Murillo (descubridor y editor de la novela), creo que este libro tiene estilo y, como decía Céline, en literatura el estilo lo es todo.

Aprovecho para saludarte desde Buenos Aires. Soy uno más de esa «generación» (que considero «ganada» y no «perdida») de argentinos que emigraron a partir de 2002. Estuve entre 2002 y 2010 en Barcelona, con unos primeros cinco fugaces e intensísimos meses iniciáticos en Madrid.

Te felicito por la reseña, muy lúcida y bien escrita. Un abrazo,

Julián Chappa · Editor

Sergio San Juan dijo...

Leí un reportaje a Charly en donde decía que todo músico sólo repite o recuerda las melodías que escuchó en su adolescencia. Tu felicísima reseña lo confirma. Las canciones de Charly son una sola.
Siempre asocié a las melodías de Charly en el piano con el gran tecladista de Genesis Tony Banks. Muchos años después supe que uno de los discos favoritos de Charly es "A trick of the teil", obra de Genesis plagada de melodías de Banks. Escuchen el último Sui Generis, todo Serú, varios de sus discos solistas (Parte de la religión, Influencia, Rock and roll yo). Ahí está el gran Tony.
Qué placer escuchar esos discos.
Qué placer leer a Cristian.

Anónimo dijo...

!!! Gran noviembre para los lectores de Una birome!!! Dos hermosos textos. A propósio, Cristian, seguramente ya la leíste, pero si no, te recomiendo que busques Soldados de Salamina, de Javier Cercas. Te va a gustar mucho. Abrazo grande, Emiliano