8 de septiembre de 2010

Que se rompa, pero que no se doble

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UNO. Caso 1: «Vos al menos vivís en Madrid –me dice una chica argentina que vive en Pamplona–, donde hay un montón de cines que pasan las películas en versión original». Claro, yo no lo había pensado antes: Madrid y Barcelona son las únicas ciudades españolas que cuentan con varias salas donde se pueden escuchar las voces de Robert De Niro, Jodie Foster o Jim Carrey. En casi todas las salas del país lo que se escucha son las voces de actores y actrices de doblaje.

Caso 2: otra chica argentina, residente en Salamanca, se vino a Madrid (a 212 kilómetros de distancia) de visita, pero sobre todo para poder escuchar en un cine la voz de Christian Bale y Heather Ledger en El caballero oscuro

DOS. Hace rato que venía proyectando mentalmente este post, y hace unas semanas encontré un texto de Borges que no conocía, publicado originalmente en la revista Sur (Nº 128, junio de 1945), y luego en el libro Discusión. Su título: «Sobre el doblaje».

Anota Borges:

Las posibilidades del arte de combinar no son infinitas, pero suelen ser espantosas. Los griegos engendraron la quimera, monstruo con cabeza de león, con cabeza de dragón, con cabeza de cabra; los teólogos del siglo II, la Trinidad, en la que inextricablemente se articulan el Padre, el Hijo y el Espíritu; los zoólogos chinos, el ti-yiang, pájaro sobrenatural y bermejo, provisto de seis patas y cuatro alas, pero sin cara ni ojos; los geómetras del siglo XIX, el hipercubo, figura de cuatro dimensiones, que encierra un número infinito de cubos y que está limitada por ocho cubos y por veinticuatro cuadrados. Hollywood acaba de enriquecer ese vano museo teratológico; por obra de un maligno artificio que se llama doblaje, propone monstruos que combinan las ilustres facciones de Greta Garbo con la voz de Aldonza Lorenzo. ¿Cómo no publicar nuestra admiración ante ese prodigio penoso, ante esas industriosas anomalías fonéticovisuales?

TRES. El de los doblajes cinematográficos es uno de los peores asuntos de vivir en España. La costumbre de ver las películas dobladas al castellano ha hecho estragos en la cultura de este país; para el que llegaba de afuera pudo constituir casi una tortura. De verdad: no salía de mi asombro cuando descubría que una persona de más de 30 años que había visto mucho cine a lo largo de su vida… nunca había escuchado voces tan características como las de Al Pacino y Woody Allen.

Por fortuna, los tiempos cambian. El DVD representó una primera diferencia sustancial: la posibilidad de elegir si ver una película doblada o en versión original. Ahora, la TDT (Televisión Digital Terrestre) permite elegir entre ver la televisión en castellano o en el idioma original, lo cual –sumado a la sanísima decisión de la emisora estatal (TVE) de eliminar la publicidad y de no realizar cortes durante las películas– hace que ver cine por televisión se parezca mucho a lo que siempre debió ser.

CUATRO. Más allá de lo perniciosas que puedan resultar y de las polémicas inacabables que generan, las traducciones son imprescindibles. No así los doblajes (al menos en nuestro mundo actual, con muy bajas tasas de analfabetismo). En tal sentido, prosigue Borges:


Quienes defienden el doblaje, razonarán (tal vez) que las objeciones que pueden oponérsele pueden oponerse, también, a cualquier otro ejemplo de traducción. Ese argumento desconoce, o elude, el defecto central: el arbitrario injerto de otra voz y de otro lenguaje. La voz de Hepburn o de Garbo no es contingente; es, para el mundo, uno de los atributos que las definen.

En este punto, el escritor añade una nota al pie: «Más de un espectador se pregunta: Ya que hay usurpación de voces ¿por qué no también de figuras? ¿Cuándo será perfecto el sistema? ¿Cuándo veremos directamente a Juana González, en el papel de Greta Garbo, en el papel de la Reina Cristina de Suecia?».

CINCO. Una de las principales consecuencias del doblaje consiste en que el léxico de los españoles tenga mucha menos movilidad que el de los hablantes de otras lenguas. Esto no es –creo– ni bueno ni malo en sí mismo, pero sí un dato notorio. Uno ve un programa de televisión español de la década del 80 y percibe que, en general, la gente hablaba igual a como habla ahora: con las mismas expresiones, similares modismos, latiguillos, etc. Es un círculo (¿vicioso?): el habla coloquial alimenta los doblajes y los doblajes instituyen y modelan el habla coloquial.

¿Qué pasa en otras partes? En la Argentina, los doblajes –mucho menos presentes, desde luego– ejercen un papel parecido al léxico de las telenovelas: es otra lengua, otro idioma, una manera en la que se habla, precisamente, sólo en las películas o los programas extranjeros. Cualquier argentino es capaz de entender las frases construidas con el pronombre de segunda persona “tú”, su variante “ti” y sus respectivas conjugaciones, aunque no las use y tenga problemas para emplearlas correctamente si debe construir frases utilizándolas. Cualquier argentino sabe el significado de términos que nunca diría en una conversación, como “nevera”, “columpio” o “elevador”. Expresiones que para los mexicanos deben ser comunes y corrientes, frases de la calle, como “de pelos”, “matanga” o “me quiero volver chango”, para mí son expresiones (sólo) de Los Simpson.


Al cabo, todo es cuestión de costumbres. Como no existe una tradición de doblaje local, los productos doblados al argentino no nos gustan. Que en una película de Hollywood un personaje le diga a otro “ven aquí, maldito bastardo” –tanto con subtítulos como con la voz de un actor de doblaje centroamericano– es, para nosotros, lo más normal del mundo, porque en las películas de Hollywood se habla así. Si lo escucháramos decir “vení para acá, la concha de tu madre” nos parecería un chiste, una parodia. De hecho, la traducción al argentino se trata de un recurso humorístico muy utilizado en la radio y la TV.


SEIS. En varias ocasiones me tocó hablar aquí con personas que no sabían que en la Argentina (y en casi todo el resto del mundo) las películas se proyectan en versión original. La reacción inmediata fue: “Entonces debes hablar muy bien en inglés”. La respuesta es que no. Pero sí que nuestros oídos están más acostumbrados a escuchar el inglés, y que, mal que mal, algunas palabras y expresiones suenan, al menos, conocidas. La costumbre del doblaje es uno de los principales motivos que alegan los españoles al explicar su histórico bajo nivel de inglés.

Borges enfatiza:


Oigo decir que el doblaje es deleitable, o tolerable, para los que no saben inglés. Mi conocimiento del inglés es menos perfecto que mi desconocimiento del ruso; con todo, yo no me resignaría a rever Alexander Nevsky en otro idioma que el primitivo y lo vería con fervor, por novena o décima vez, si dieran la versión original, o una que yo creyera la original. Esto último es importante; peor que el doblaje, peor que la sustitución que importa el doblaje, es la conciencia general de una sustitución, de un engaño.

SIETE. Y lo mejor, siempre, es que no nos engañen. Así que habrá que seguir abogando por un cine sin doblajes…

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