12 de octubre de 2010

Hansel y Gretel como maestros del crimen

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Algunos apuntes sobre Blanco nocturno, de Ricardo Piglia

UNO. —¿La novela en la que trabaja ahora es Blanco nocturno? —le pregunté a Ricardo Piglia cuando lo entrevisté, en julio de 2007, en su casa de Palermo Viejo, en Buenos Aires.
—Sí. Tengo una primera versión…

—Esa novela ya la menciona en entrevistas de hace tiempo, como 15 años, más o menos.
—Más o menos, sí. Ya no me acuerdo bien, pero es un libro que empecé antes de Plata quemada, creo. Tiene que ver con esa idea de «le voy a dedicar un tiempo a este libro», que es lo que va a suceder ahora. Voy a trabajar en este libro un año, a ver qué pasa. Pero estas son circunstancias menores, lo único que importa es el libro cuando sale, eso es lo que vale.

—¿Cómo es la fase previa, la construcción de un libro?
—Lo que tengo es siempre una suerte de nudo previo, y después el sistema consiste en incorporar más historias, más relatos… y eso también lleva tiempo. Pero es así como trabajo. La de Blanco nocturno es una historia muy sencilla: Emilio Renzi se va, durante la época de la guerra de las Malvinas, se encierra en la casa de un amigo, con su diario, y hay una vecina y él tiene una historia con la vecina. Eso sería el asunto. Y van a un lado. Hacen un viaje juntos. Pero esa historia, la línea, se va a modificar en el sentido de que, espero, lo que está pasando, es que empiezan a intercalarse otras historias ahí adentro…

DOS. Sin embargo, la versión final de Blanco nocturno (la publicada por Anagrama hace unas pocas semanas) no tiene nada que ver con Renzi espiando a una vecina. El propio autor lo explica en una entrevista más reciente, publicada por el diario español La Vanguardia:

Siempre había querido escribir sobre un primo mío (Luca) que se había esforzado por mantener una fábrica de objetos imposibles y que de chico me construía juguetes fantásticos. Una vez me hizo un Nautilus de Julio Verne. En este sentido era una artista, porque no tenía en cuenta su utilidad. En una segunda versión, Renzi espiaba a su vecina (la pelirroja Sofía) y esta le conducía a Luca, en la época de la guerra de las Malvinas. Todo era muy cerrado. Después la novela se fue abriendo, con Luca como eje central y el resto girando a su alrededor...

TRES. Blanco nocturno es un poco de muchas cosas diferentes. Entre ellas, es un policial, y como en todo policial hay un detective y hay pistas e indicios diseminados aquí y allá. Veamos algunos: el comisario Croce es una derivación (lo cuenta Piglia, en la misma entrevista citada más arriba) de Cruz, el sargento que deserta para irse con Martín Fierro. Es amigo del comisario Laurenzi, el investigador de los cuentos policiales de Rodolfo Walsh; de Treviranus, a quien «habían cesanteado como si él hubiera sido el culpable de la muerte de ese imbécil pesquisa amateur que se dedicó a buscar solo al asesino de Yarmolinski»: la alusión corresponde a «La muerte y la brújula», de Borges; y del comisario Leoni, personaje de Adolfo Pérez Zelaschi (1920-2005).

«Gente de la vieja época, todos peronistas que habían andado metidos en toda clase de líos.» Es muy curioso pensar al Treviranus borgeano como peronista, pero ¿por qué no? Piglia, una vez más, se enlaza en la tradición argentina, prolífera en el género policial, ahora a través de sus protagonistas. «Treviranus, Leoni, Laurenzi, Croce, a veces se juntaban en La Plata y se ponían a recordar los viejos tiempos —dice la novela—. ¿Pero existían los viejos tiempos?»

CUATRO. Unos días atrás, un cable de la agencia AFP se titulaba: El problema de escribir novelas policiales en la Argentina es la misma policía. Así, sin comillas; es decir, la periodista que lo firma no citaba a sus entrevistados sino que asumía esa afirmación como propia. (Se lo puede leer menos como un error que como un acto fallido.)

Uno de los autores mencionados por el artículo es Carlos Gamerro, quien hace unos años publicó un texto muy interesante hablando del mismo tema. En el decálogo que establece para escribir policiales en la Argentina, afirma: «Los detectives privados son indefectiblemente ex-policías o ex-servicios. La investigación, por lo tanto, sólo puede llevarla a cabo un periodista o un particular».

En Blanco nocturno, Piglia parece asumir tal verdad, aunque los hechos que relata sean previos a la última dictadura militar (la que establece el aparato de terror más horroroso y cuyas bases persisten aún, treinta y tantos años después). Croce es reemplazado en la investigación por un periodista, Emilio Renzi (el mismo periodista que, en plena dictadura, irá a investigar su propia historia, como ya lo sabemos desde hace tres décadas: Respiración artificial), y a Croce lo encierran… en el manicomio del pueblo.

«Voy a descansar unos días acá —dice el comisario—. De vez en cuando hay que estar en un loquero, o hay que estar preso, para entender cómo son las cosas en este país. Preso ya estuve hace años, prefiero descansar aquí.»

CINCO. Entonces Croce se aleja de la tradición de Laurenzi o Treviranus para acercarse a la de Isidro Parodi, el preso de Borges y Bioy que resolvía casos policiales. El periodista Renzi investiga, pero —como dice Gamerro— «el propósito de esta investigación puede ser el de llegar a la verdad y, en el mejor de los casos, hacerla pública; nunca el de obtener justicia». La forma argentina de la novela policial, que debe seguir los mismos pasos que la mecánica nacional (según el narrador de Blanco nocturno): copiar-adaptar-injertar-inventar.

Y así la trama de la novela se va alejando del policial y pasa a ser otra cosa: un texto sobre las falsas percepciones, sobre las cosas que parecen ser unas y en realidad son otras. (Quizá para hablar de la propia novela, que parece un policial y no lo es.)

SEIS. En la entrevista de La Vanguardia citada antes, Piglia dice que usa el género policial como «una máquina de narrar: supone una investigación de algo que el investigador no acaba de entender y que averigua a medida que va narrando. No impone su visión del mundo, sino que vacila ante lo incierto y plantea hipótesis que le permiten descifrar la realidad».

—Si cambiamos investigador por escritor, le estamos definiendo —le dice el periodista.
—Pero eso está en la tradición argentina: Borges, Onetti, Felisberto Hernández…

(Para hablar de la tradición argentina, el escritor apela a la tradición argentina de apropiarnos de los autores uruguayos y, en su listado de tres, incluye a dos.)

El periodista comete un error que puede ser crucial para entender a Piglia: confunde narrador con autor, como si fuese este último el que «no acaba de entender y averigua a medida que va narrando». En realidad es todo lo contrario, como lo ha señalado Piglia en numerosas oportunidades: el autor tiene todo clarísimo y va dejando pistas como Hansel y Gretel. El autor es el criminal, el lector es el detective que debe desentrañar las pistas y esclarecer el caso. De eso se trata.

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