5 de diciembre de 2011

Filias y fobias




Una lectura de Era el cielo, de Sergio Bizzio (Interzona, Buenos Aires, 2007, y Caballo de Troya, Madrid, 2009)

El comienzo de Era el cielo encierra la violencia de un cross a la mandíbula: «Cuando llegué, dos hombres violaban a mi mujer». Dice la contratapa de la edición española que «una novela que empieza con esta frase está condenada a ser una birria comercial o a ser una obra maestra»; el texto del editor no lo afirma, pero permite entender que le cabe con mucha mayor justeza la segunda calificación que la primera. Aquí lo diremos de este modo: lo difícil, tras esa frase que atrapa y sacude por la sencillez de la prosa y la brutalidad de lo narrado, es lograr que lo que venga después esté a la altura de las expectativas generadas. Y Bizzio lo logra.

El personaje central y narrador de la novela, ese que al volver a casa se encuentra con dos tipos vejando a su esposa, es un hombre que tiene miedo. O mejor dicho, miedos, en plural: miedo a la muerte, a los aviones, a la locura, a las enfermedades, a las amputaciones… y a otras treinta y tantas cosas, según la lista que él mismo redacta en un pasaje de la novela (y hay más, claro, que se descubren a lo largo de la historia). Uno de esos miedos (o una de las formas de su Miedo) es el que le impide intervenir en la desgarradora escena central. Y la novela no es otra cosa que el camino del innominado personaje-narrador en busca de derrotar esos miedos, de dejarlos atrás.

Tres relaciones determinan la historia: dos de ellas se excluyen y la otra es su hilo conductor. Las primeras son relaciones de pareja: por eso se excluyen; la tercera es la del personaje con Julián, su hijo, el niño que lo ve todo con la ingenuidad y la lucidez que sólo tienen los ojos de un niño, y que es capaz de preocuparse porque su papá «no tiene nada», que no quiere un hermanito porque éste se comería lo que le gusta a él, que pregunta de pronto si todas las personas que hay ahora en el mundo se van a morir y que se enoja cuando su papá lo llama por teléfono, porque no le gusta hablar con su papá cuando está mirando los dibujitos.

MALDITA TV

En esta novela —al igual que en Realidad, la otra novela de Bizzio que se publica por estos días en España— el autor habla de un mundillo que conoce muy bien por propia experiencia: la televisión. Él mismo afirmó que Era el cielo está basada en ciertos sucesos de su vida personal. No cuesta mucho ver o imaginar elementos autobiográficos en el personaje del narrador, un guionista de telenovelas y series de TV que, cuando reseña las estadísticas de su producción, apunta: «En los últimos 15 años, como guionista, yo había escrito, directa o indirectamente, a razón de 20 libros semanales de 40 páginas cada uno durante 10 meses del año, un total de 120.000 páginas».

En otro pasaje, cuando alguien le pregunta a qué se dedica, el protagonista responde: «Soy guionista de televisión», a lo que el otro replica: «Lo siento». Entrevistado por Teína en 2006, poco antes de la publicación original de la novela en la Argentina, Bizzio soltaba un lamento parecido: «El año pasado, que escribía un programa diario, hasta soñaba con la televisión. Y no es lindo soñar con Osvaldo Laport. No es lo que quiero para mis sueños».

MANUAL DE FUNCIONAMIENTO DE UNA NOVELA

Y ya que hablamos de su publicación en la Argentina: ésta suscitó una suerte de mini polémica en los blogs argentinos, luego de que Mariana Enríquez lo criticara en Página/12 acusándola de «novela a medio terminar, con un narrador perezoso que olvida personajes por el camino y carece de herramientas técnicas o emocionales para profundizar». Más allá del elogio de Maximiliano Tomas en su blog (ya offline), la respuesta más fuerte al comentario de Enríquez fue la respetada palabra de Quintín, quien —sin haber leído Era el cielohabló en contra de los criterios y preceptos de los que partía la lectura de Enríquez.

Dice Quintín:

A mí, la idea de que un escritor tenga o deba tener «herramientas técnicas» y «herramientas emocionales» para «profundizar» me causa un poco de gracia. […] Los escritores escriben, no arman heladeras cuyo funcionamiento se puede controlar con un manual. […] En todo caso, puede ser una idea para el propio trabajo, una elección derivada de la psicología de cada uno, pero tiene algo de policial cuando se le exige a los demás, sobre todo desde la crítica. Aunque me temo que la crítica evoluciona cada vez más hacia ese tipo de medición brutal de una calidad previamente pautada. Lo que lleva a la simplificación y a la ceguera. Olvidarse un personaje, por ejemplo, puede ser un error grave, una omisión sin importancia o un postulado literario. Depende del caso. Ser errático, a su vez, es maravilloso en Sterne y penoso en Sabato.

Un comentario en el post de Quintín plantea: «La eterna discusión Aira-Piglia se reproduce a través de sus descendientes, ¿no?». En tal dicotomía, Aira representa la literatura de la soltura y la poca corrección, versus el trabajo arduo de hipercorrección simbolizado por los textos de Piglia. Si ese fuera el caso, Bizzio formaría parte del bando de Aira. Pero hay mucho más, claro. Si la discusión pudiera reducirse a eso, todo este texto no tendría sentido.

Para cerrar esta digresión quizá injustificada: Enríquez lee mal la novela de Bizzio. Al menos desde un punto de vista claramente objetivo, ya que se equivoca al glosar el argumento de la novela: ésta se divide en tres partes, la segunda de las cuales se ubica cronológicamente antes que la primera. Y de eso la comentarista no se dio cuenta. Quizá por eso —entre otras cosas— le parece tan malo lo que a nosotros nos parece tan bueno.

HORAS DE VUELO

Uno de los personajes de la novela, hablando a través del portero eléctrico, dice:

—Che… —pausa—. Che… —pausa—. Dale, che… —pausa—. Che, atendé… —pausa larga—. Che, ¿me oís?

Es una muestra, una de las más claras, de la capacidad de Bizzio para retratar diálogos y pequeños comportamientos cotidianos de los habitantes de la ciudad de Buenos Aires de comienzos del siglo XXI. Entenderla no es difícil; quizá sí lo es captar su exacto sentido para quien no tenga en el oído el habla de Buenos Aires. En cualquier caso, Caballo de Troya está haciendo mucho por acercar a los escritores de aquel lado a estas tierras (Era el cielo y Realidad, de Bizzio, Las primas, de Aurora Venturini, y Opendoor, de Iosi Havilio, todos argentinos, son sus publicaciones más recientes).

El personaje de la novela tiene que superar el miedo a volar para hacer un viaje, por trabajo, a Madrid. Dos años después de su publicación en Buenos Aires, como si ella misma hubiera debido hacer un curso para animarse a surcar los aires, la novela se publica en Madrid. Quien pueda, que se embarque en ella y sume horas de vuelo.


Este texto, al igual que la reseña de la otra novela de Sergio Bizzio mencionada aquí, Realidad, se iba a publicar en el Nº 21 de la revista Teína, allá por abril de 2009. De ahí que algunos datos resulten hoy anacrónicos o no se correspondan con la realidad. Hasta ahora permanecía inédito.

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