4 de julio de 2011

Mario Muchnik o la imperiosa necesidad de editar libros

Una lectura de Oficio editor (El Aleph Editores, 2011)

HAY PERSONAS QUE, en función de una determinada trayectoria, se consideran con derecho a hacer lo que quieran. Y, en efecto, lo hacen. Esto en algunos casos puede ser peligroso y dar lugar a las mayores desmesuras. Pero en otros me parece genial. El libro Oficio editor, de Mario Muchnik, pertenece sin dudas al segundo grupo.

Digo que Muchnik hace lo que quiere porque Oficio editor es un libro inclasificable: tiene mucho de libro de memorias, pero incluye un largo pasaje que es un manual para editores principiantes (o para quienes tengan el afán de serlo), muchas páginas son una suerte de ensayo sobre el mundo del libro en general y el de la edición en particular, un largo apartado se ocupa de escritores con los que el autor tuvo alguna relación, termina expresando opiniones sobre el futuro del libro…

Sin embargo, el libro posee unidad, es decir, goza de una identidad. Y es la que le da el propio autor: es muy elocuente —en este sentido— la ilustración de la portada, una caricatura suya en pocos trazos y con su nombre: MARIO. Agreguemos una curiosidad: la editorial que le encargó la redacción de este volumen, El Aleph, sello que forma parte del catalán Grup 62, anteriormente se llamaba… ¡Muchnik Editores! Y, sí, fue la primera editorial del autor, fundada en 1973.

Aquí se podemos ver al propio Muchnik hablando de su libro y otras cuestiones:


MARIO MUCHNIK NACIÓ en Buenos Aires en 1931. Cursó estudios universitarios en Nueva York y a los 36 años se instaló en París, donde vivió más de un lustro, a finales de los 60 y principios de los 70. Desde hace casi cuatro décadas reside en España, primero en Barcelona y luego en Madrid. Oficio editor permite acompañarlo en sus librescas aventuras, que lo llevaron a codearse con autores de la talla de Elias Canetti, Primo Levi, Gore Vidal, Julio Cortázar, Kenizé Mourad, Susan Sontag, Oliver Sacks, Juan Rulfo, Bruce Chatwin y Gabriel García Márquez. Entre otros, claro.

Al libro se le puede achacar, en algunos pasajes, algo que suele arrastrar a muchas personas cuando escriben sus recuerdos desde la distancia que dan los años recorridos. Me refiero a la tendencia a mostrarse victoriosas en las situaciones difíciles. Victoria que, cuando no es material, es moral. Pero bueno, supongo que llegado cierto punto, así es como se ven las cosas. Y, de última, no está mal que cada cual se encargue de resaltar sus triunfos, que para hablar de las derrotas ya son bastantes los demás…

MÁS ALLÁ DE lo anécdotico, reseñaré las páginas finales de Oficio editor, que me parecen lo más interesante del volumen. El capítulo —que bien puede considerarse un epílogo— se titula «Sobre el futuro». El autor recrea allí tres supuestos diálogos que mantuvo con su mentor en el rubro, el hombre que le dio su primer trabajo como editor, allá por 1967, y a quien él llama le patron: Robert Laffont.

Muchnik manifiesta allí sus negativas perspectivas acerca del porvenir de los «buenos libros», es decir, de la literatura de calidad, cada vez más perjudicada por el predominio absoluto en el mundo editorial del capitalismo salvaje, el imperio de los grandes grupos a los que solo les importa obtener resultados y les da igual si lo que venden son libros o hamburguesas, la prepotencia de las grandes superficies en desmedro de las pequeñas librerías atendidas por libreros-lectores a las que les resulta cada vez más difícil subsistir…

¿Qué harán los autores de esas pequeñas editoriales cuya producción estaba en venta en pequeñas librerías? […] Valen todas las hipótesis, y yo te someto una, por lo que tiene de thriller, catastrófico pero perfectamente concebible: algunos, tesoneros, seguirán escribiendo aunque deban guardar sus manuscritos en los cajones, en espera de tiempos mejores. Otros deambularán por las antesalas de los editores de siempre, sabiendo que tienen menos probabilidad de ser editados. Y otros, muchos otros, dejarán de escribir.

Sin embargo, el final deja la puerta abierta a la esperanza, gracias a las nuevas tecnologías o, como él prefiere especificar, las nuevas técnicas. No a través del libro electrónico —que no le gusta nada— sino de las tiradas cortas. Cito:

Si se trata de impedir la muerte del buen libro, lo que hace falta, a mi modo de ver, es un cambio radical. No unos manoteos para reformar nada sino una nueva concepción no ya del modo de llevar la literatura al público sino del modo de editarla, y de escribirla, venderla, imprimirla o distribuirla. Una nueva concepción de lo que es hoy leerla.

Y luego puntualiza una serie de ideas que podría sentar las bases de un manifiesto por un nuevo mercado editorial. A saber:

Uno: ningún editor tiene en sus manos la posibilidad de pararle el carro a los grandes grupos editoriales, cada vez más grandes, cada vez más burros […]

Dos: la literatura, y esto es un hecho, no una opinión, interesa cada vez a menos gente.

Tres: para dar de alta al buen libro, hoy en cuidados intensivos, hay que liberarlo de la economía. Un panadero que hornea más hogazas de las que vende, termina por quebrar. Si vende pocas hogazas, no puede vivir de su venta.

Cuatro: la única vía de salida para el buen libro es que todos los agentes que intervienen en mantenerlo vivo trabajen sin afán de lucro, tanto el autor cuando lo escribe, como el editor cuando lo edita, el impresor cuando lo imprime, el distribuidor cuando lo entrega a los libreros y el librero cuando lo vende.

[…] No estoy tan seguro de que sea imposible. Una buena editorial, para sobrevivir sin traicionar su cometido cultural, habría de convertirse en una entidad cooperativa sin ánimo de lucro, dotada por fundaciones, mecenas, etc., como los museos, las salas de concierto, las bibliotecas, la investigación científica. Si escribir es una necesidad imperiosa para algunos buenos autores, tanto como leer para algunos buenos lectores, hay que inventar el buen editor para quien editar sea una necesidad imperiosa, y buscar los medios técnicos y económicos para que la labor de estos tres nuevos devotos llegue al cuarto, el buen librero.

¡Qué bien que suena! Y yo tampoco estoy seguro de que sea imposible. Si no, ¿cómo se explica que cada semana nazcan nuevas editoriales y nuevas librerías pequeñas? Ojalá don Mario Muchnik, para quien editar ha sido durante toda su vida una necesidad imperiosa, tenga esta vez, como tantas otras, razón.


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1 comentario:

iulius dijo...

Qué bueno encontrar tu blog :), al reader directo que vas :)