6 de enero de 2011

Sergio Bizzio, de letras y celuloide

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Después de unas vacaciones por la patria —que seguramente servirán de inspiración para al menos un post futuro— retomo unabirome con un artículo que escribí para la revista colombiana Cronopio, publicado en diciembre, en la edición especial de fin de año. Lo reproduzco de modo textual; la publicación original, aquí.


UNO. Hay algunos escritores especialmente cinematográficos. Ya porque se dedican paralelamente a la literatura y al cine —como directores, guionistas, incluso como productores o actores—, ya porque sus obras presentan características que permiten leerlas «como si se estuviera viendo una película» o las hacen muy atractivas para ser llevadas a la pantalla grande. Sergio Bizzio forma parte de ambos grupos: sin dudas, es el escritor argentino más cinematográfico del momento, y uno de los principales exponentes a nivel latinoamericano de este curioso, por llamarlo así, género.

Bizzio tiene, además, la dosis de suerte que les ha faltado a muchos grandes narradores: de sus historias se han hecho películas muy buenas. Basta con observar las dos últimas. XXY, ópera prima de la argentina Lucía Puenzo, y Rabia, tercer largometraje del ecuatoriano Sebastián Cordero. La primera, de 2007, Gran Premio de la Crítica en el Festival de Cannes y Goya a la Mejor Película Extranjera en España, entre otros catorce galardones. La segunda, de 2009, Mejor Película en el Festival de Málaga. Hay que verlas.


DOS. —¿El trabajo como guionista dificulta y contamina la literatura? —le preguntaron a Bizzio en una entrevista.
—No —respondió él—. La literatura y el cine son prácticas vecinas, pero lo mejor que uno puede hacer es mantenerlas separadas. Yo no siento ninguna contaminación entre una y otra, y mucho menos con la televisión, que es un lenguaje lineal.

A ese lenguaje lineal, el de la TV, Bizzio está muy acostumbrado, ya que trabajó durante muchos años como guionista de telenovelas y miniseries. En una entrevista que le realicé en Buenos Aires hace un par de años, Bizzio también se refirió a esta cuestión:

—La TV es un tema recurrente en tus novelas. ¿Qué relación tenés con la televisión?
—En principio, tengo una relación mercenaria. Desde hace 15 años vivo de escribir para la televisión. Es mi trabajo, mi única fuente de ingresos. En la TV toda la vida hice cosas que no me interesaban: telenovelas, pavadas…

—¿Y nunca se te dio por hacer otra cosa en la tele?
—Es que hacer eso era una elección. Muchísimas veces me ofrecieron hacer otras cosas, pero las rechacé. ¿Por qué? Porque prefiero que el compromiso intelectual y estético con la televisión sea mínimo. Durante varios años escribí telenovelas de las 4 de la tarde, y sé que puedo escribirlas escuchando la radio, atento a lo que dice la radio. Porque además la TV puede llegar a ser demoledora, a ocupar toda tu vida. Cuando escribía un programa diario, hasta soñaba con la televisión. Y no es algo lindo soñar con Osvaldo Laport. Sinceramente, no es lo que yo quiero para mis sueños.

TRES. Hay que verlas, pero también leerlas. Porque «Cinismo», el cuento en el que se basa XXY, es un relato excelente que forma parte de un excelente libro de relatos: Chicos. Publicado en 2006 (por la tristemente desaparecida editorial Interzona, de Buenos Aires), se trata de una colección de historias que tienen un elemento en común: todas son protagonizadas por niños o jóvenes, es decir, «chicos», retratados con precisión y frescura por la certera pluma de Bizzio. Otra de las joyas del volumen, además de la que da origen a la película de Puenzo, es el cuento titulado «Un amor para toda la vida». Oh casualidad, la próxima película de la argentina Paula Hernández (directora de las también multipremiadas Herencia, de 2002, y Lluvia, de 2008) será una adaptación de ese relato…

Rabia, en tanto, también tiene un recorrido sembrado de galardones, ya que la novela obtuvo el Premio Internacional de Novela de la Diversidad en España en 2004. Pero el camino que siguió para llegar al cine fue, digamos, oblicuo. La historia tuvo que dejar de transcurrir en uno de los barrios más tradicionales y exclusivos de la ciudad de Buenos Aires para trasladarse a Madrid. El tema principal de la novela, las dificultades acarreadas por las diferencias de clases, trocó en la discriminación contra los inmigrantes en la España del siglo XXI. Pero más allá de eso, la obra siguió siendo ella misma: un juguete rabioso que no deja indiferente a nadie que se adentre en sus vericuetos (como se adentra José María, su protagonista, en los vericuetos de la casa en la que trabaja Rosa, su novia).

CUATRO. La relación de Bizzio con el cine es mucho más extensa. Dirigió Animalada, una película de lo más freak, en 2000 (y también fue su guionista y productor); se dejó mostrar haciendo de sí mismo en el documental Planeta Bizzio, de 2003; tiene una película ¿terminada? a la espera del estreno, que se llama («un título que me regaló Fogwill», informa Bizzio) No fumar es un vicio como cualquier otro; fue guionista de Chicos ricos (2000), Adiós, querida luna (2003), El regreso de Peter Cascada (2005), y actualmente está en posproducción una película titulada Humo, dirigida por él y escrita por cuatro manos: las suyas y las de Lucía Puenzo. Porque, claro, no hemos comentado hasta aquí ese detalle. Lucía Puenzo —vinculadísima con el cine, hija de Luis Puenzo, director de La historia oficial, Oscar a la Mejor Película Extranjera 1986— es su pareja.

CINCO. «Cuando llegué, dos hombres violaban a mi mujer». ¿Se puede pensar en un comienzo de novela más cinematográfico que ese? Así empieza Era el cielo, publicada en 2007. Sigue diciendo: «La escena me impactó con dosis iguales de incredulidad y de violencia, como si un niño acabara de golpearme con la fuerza de un gigante». El propio narrador de la novela —un guionista de TV, como Bizzio; un escritor frustrado, lo que Bizzio temió ser si se comprometía más con la caja boba— empieza hablando de una escena. Con la perplejidad, por supuesto, de que la vida real no permite cortar y volver a empezar y hacer tantas tomas como sean necesarias.

Era el cielo fue publicada en España el año pasado por Caballo de Troya, sello del grupo Random House Mondadori. Su editor, Constantino Bértolo —uno de los personajes más sabios e inefables del mundillo literario madrileño—, escribió: «Supongo que todos estaremos de acuerdo en que una novela que empieza con esta frase está destinada a ser una birria comercial o una obra maestra». Tras descartar la primera opción, afirma no saber qué es exactamente una obra maestra, «pero eso sí —asegura—, mientras la leía, a veces me hacía pensar en El idiota de Dostoievsky».

¿Cuánto tiempo pasará hasta que a algún cineasta se le dé por mostrar Era el cielo a veinticuatro fotogramas por segundo?

SEIS. Y es que la vida de Sergio Bizzio ha estado atravesada por el cine desde siempre y en múltiples direcciones. Nació y se crió en Villa Ramallo, provincia de Buenos Aires; su padre era el dueño del único cine del pueblo. El hombre recibía el catálogo de películas y, juntos, elegían cuáles iban a proyectar. «Así que yo estaba todo el tiempo en el cine», recordó Bizzio en la conversación conmigo. «Pasé muchos años mirando cine, y muchas veces cada película. Por ahí mi papá la pasaba tres veces por día, y yo la miraba las tres veces.»


Cosas como esa han derivado en que su mejor ficha en cualquier enciclopedia sea la de IMDb. En que su nombre se repita cada vez más cuando se habla de proyectos de largometrajes y de premios en festivales internacionales dedicados al séptimo arte. Por eso, a pesar de su perfil polifacético (porque no mencionamos aquí que también forma parte de la banda de música experimental Súper Siempre, que el año pasado editó su primer disco, Juicio al perro —se puede escuchar en YouTube—; que ha escrito y publicado poesía y obras de teatro, y que hasta incursiona en la pintura) Sergio Bizzio es, sobre todo, un hombre de letras y de celuloide.

—¿Básicamente sos un escritor?
—Básicamente… —primero pareció decidido pero enseguida se detuvo, lo pensó unos segundos y dijo—: Básicamente soy Sergio Bizzio. Hago lo que tengo ganas de hacer. Me parece que es medio pernicioso ponerle a la gente una especie de cartel de neón que indica qué es lo que hace. Siempre recuerdo una idea, completamente primaria y elemental, que se me cruzó por la cabeza cuando tenía 11 años: hacer varias cosas. Pintar, escribir, hacer música, cine… La idea de hacer varias cosas fue como una especie de pesadilla. Me acuerdo que a esa edad me dije: «Por favor no hagas esto, no lo hagas». Y no pude escapar a mi destino.

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