16 de mayo de 2012

Quince rounds, una vida




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Uno de los motivos centrales y recurrentes en la obra de Borges es la idea de que existe en la vida de un hombre un momento, solo uno, que justifica su existencia. En algunos casos es mucho más fácil que en otros reconocer cuál es ese momento. Es el caso de Alfredo Evangelista, quien lo vivió hace exactamente 35 años. El 16 de mayo de 1977 compartió cuadrilátero con Muhammad Ali durante quince rounds. Lo pudo noquear, perdió por puntos. Dicen las crónicas que fue tras esa pelea cuando el entorno de Ali comenzó a plantearse seriamente que era el momento de retirarse. «Mi nombre siempre va ligado al suyo», dice Evangelista, que no lo vive como un castigo sino todo lo contrario: «Eso lo agradeceré siempre».

Me enteré de esta historia hace poco, a través de un artículo en la edición española de la revista Esquire. De allí están tomados los datos y los testimonios. Internet permite añadir video, así que aquí los tenemos: Capitol Centre, Landover, Maryland, Estados Unidos, Muhammad Ali, El Más Grande, vs. Alfredo Evangelista.
 


(Este video muestra la primera parte de un total de seis, que se pueden seguir entrando en YouTube. Y este enlace lleva directamente al video de la pelea completa, 57 minutos para quien tenga tiempo y ganas.)

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El artículo de Esquire presenta a Evangelista como «El español que pudo matar a Muhammad Ali», con su correspondiente dosis de exageración y casi de chauvinismo, ya que el hombre nació en Montevideo el 3 de diciembre de 1954. Pero se radicó en España a los 20 años e hizo en ese país toda su carrera profesional. Además de Ali, enfrentó a grandes pesos pesados como León Spinks y Larry Holmes, contra quien admite —con una sinceridad de la que carece la mayoría de sus colegas— que fingió para dejarse perder.

«Fue la cosa más tonta del mundo —dice Evangelista—. Sufría mucho de los oídos, y en un jacuzzi me agarré una otitis que me dolía a morir. Mi mánager le dijo a Don King que no peleaba, y él le respondió que más le valía a mi culo presentarse allí el día de la pelea. Fui, pero estaba muerto. No había podido entrenar. Nunca me gustó que me pegaran de más y ese día no estaba en condiciones de competir. Me llegó esa mano, la paré, pero me dejé caer. En el suelo, fingí que intentaba levantarme.»


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Un mes y medio antes de la pelea, Rocky había ganado el Óscar a la Mejor Película (además de al Mejor Director y al Mejor Montaje), y claro, la pelea entre Ali y Evangelista recordó mucho, mucho a la de Apollo Creed vs. Rocky Balboa. Había hasta un parecido físico entre los púgiles.

«Me llamaban el Rocky español —dice Evangelista—. Me compararon mucho con Rocky, la prensa, mucha gente. Como que iba con pena, como que me iban a matar, como que iba a regalarme. En los primeros rounds Ali jugó un poquito conmigo, hasta que yo perdí la vergüenza a partir del sexto round y se dio cuenta de que se había equivocado. Le hice un peleón terrible.»

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El artículo de Esquire rescata una frase de la crónica de la pelea que escribió el periodista Manolo Alcántara, al que califica como «el Norman Mailer español». Escribió Alcántara, en una frase que —para volver a citar la idea borgeana— quizá lo justifica: «Ali se tapa como puede, se refugia en el pentagrama de las cuerdas, pero su música ya es otra. El Loco de Louisville está loco por finalizar la pelea.»

Como les pasa a tantos otros boxeadores, a Evangelista el destino le tenía reservados problemas con la Justicia. De hecho, ahora mismo está terminando de cumplir una condena (la segunda) por narcotráfico, en la cárcel de Zuera, Zaragoza.

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Hace unos meses murió Smokin’ Joe Frazier. Los artículos con los que se lo recordó en los diarios referían, más que cualquier otra cosa, sus peleas con Ali. Para Frazier fueron también aquellas peleas su justificación. Lo grande que habrá sido Ali, que engrandeció a tantos solo por haberlos enfrentado. Hasta hay una película, Facing Ali, un documental que entrevista a muchos de quienes fueron sus oponentes. Vi esa película y me impactó, sobre todo, la pena que me dio ver imágenes de la última pelea del gran campeón, cuando ya el cuerpo no le respondía, en 1981. Me impactaron, también, los comentarios acerca de que gran parte de culpa de su estado de salud actual la tienen, además del Párkinson, muchos de aquellos golpes de los últimos combates, cuando recibió castigos feroces a lo largo de quince intermibles rounds.

Otro documental recomendabilísimo es Cuando éramos reyes (When We Were Kings), que narra la historia de la pelea en Zaire entre Muhammad Ali y George Foreman en 1974. Y —me entero ahora— también hay una película sobre nuestro héroe uruguayo-español: Bichuchi, la historia de Alfredo Evangelista. Habrá que buscarla.

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Así como los hinchas de Racing que temen seguir viendo el gol del Chango Cárdenas por las dudas que en alguno la pelota no entre, Evangelista dice que cuando ve el video sigue creyendo que va a sacar una mano que va a tumbar a Muhammad Ali. Pero la historia, para bien y para mal, no se puede cambiar. Lo hecho, hecho está. Y Evangelista está donde está, y Ali está donde está. A la historia solo nos queda rememorarla, y admirar a quienes la hicieron grande.

11 de mayo de 2012

Bilbao, una ciudad de fiesta, lágrimas y frente alta




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Por motivos laborales, el martes me tocó viajar a Bilbao. Tenía pasaje para volver el miércoles: el avión salía a las 20.50 y llegaba a las 22.05 a Madrid. Ese día a las 20.45 empezaba en Bucarest la final de la Europa League, que iba a terminar, salvo que hubiera alargue, a eso de las 22.30; a esa hora, el Athletic Club de Bilbao o el Atlético de Madrid sería campeón. Es decir, me iba a perder el partido prácticamente completo. Yo, que el año pasado, antes de imaginar que empezaría a trabajar para una empresa de Bilbao, anuncié que esta temporada sería hincha del Athletic, debido a que Marcelo Bielsa era su director técnico. Así que hice una de esas insensateces que solo hacemos los que estamos locos por el fútbol: dejé ir el avión pagado por la empresa y con dinero de mi bolsillo saqué pasaje para volver a Madrid en autobús, viajando toda la noche (de 1.30 a 6.30), llegar a casa a las 7 y a las 9 volver al trabajo. Todo por vivir la final en una ciudad que se había vestido de fiesta, y que terminó derramando lágrimas pero con la frente bien alta.

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Nunca había visto una ciudad tan vestida de fiesta para un evento futbolero como Bilbao en estos días. Balcones, escaparates, autos, carteles de publicidad, agencias de viajes que ofertan paquetes para viajar a Bucarest y a Madrid (el 25 de mayo el Athletic juega contra el Barça la final de la Copa del Rey), gente en la calle: todo era rojo y blanco. Por todas partes, dos palabras: «AÚPA ATHLETIC» («aúpa» es la expresión vasca para dar ánimos, equivalente a «vamos» o, en argentino, «aguante»). La reunión la tengo en Elorrio, un pueblo de las afueras de Bilbao, adonde tengo que ir en autobús. Los pueblos que atravesamos también están embanderados. Un compañero de trabajo (al que llamaré A.) llega a la reunión con una remera que dice «Athletic beti zurekin!» («¡Athletic siempre contigo!»)… y otros compañeros llegan —desde Barcelona— tarde: su avión tuvo que dar vueltas en el aire durante un buen rato a la espera de que desde el aeropuerto de Bilbao les confirmasen que había lugar para que aterrizaran. El espacio aéreo estaba saturado de aviones que partían hacia Bucarest.






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Cuando regresamos de Elorrio a Bilbao, a eso de las 6 de la tarde, el autobús viene lleno: muchos hinchas (chicos y chicas) muy jóvenes iban a la capital de la provincia de Vizcaya. Con A. nos preguntamos cómo volverán después a sus casas. Llegamos a la conclusión de que van listos para pasarse toda la noche de fiesta y volver cuando los micros reanuden su circulación, la mañana siguiente. Además, las temperaturas han subido en promedio unos 10 grados de un día para el otro. El cielo vizcaíno, como pocas veces, está despejado y a pleno sol. Hasta el tiempo parece estar de acuerdo en que es noche de celebración.

A. tiene entradas para ver el partido en San Mamés, el estadio conocido como “la catedral” del fútbol español. Han vendido todas las localidades para estar en las tribunas como si en la cancha hubiera jugadores y una pelota… pero lo que hay son pantallas gigantes. A los demás nos quedaba ver el partido en algún bar.

En el mismo viaje de retorno a Bilbao me entero —vía Twitter— de que la AFA finalmente resolvió que seguirá habiendo dos campeonatos pero un solo campeón, o que dejará de haber dos campeonatos y que el mamarracho sea uno solo. Un intento de dejar a todos contentos que no deja contento a nadie. Ese sistema ya se experimentó hace 22 años (cómo pasa el tiempo…) y tuvo como campeón a aquel Newell’s del Loco Bielsa. El mismo Bielsa que, en unas horas, iba por otro título…

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Del partido, ¿qué puedo agregar? El Atlético fue un justo campeón. Quizás al joven plantel del Athletic le pesó la final. Y al Atleti le salieron todas: un gol de otro planeta a los 7 minutos, un segundo golpe demoledor al aprovechar el error de un defensor... Posiblemente si juegan diez partidos solo uno termina con tres goles de diferencia, pero no jugarán otros nueve partidos, ni siquiera uno más: la final fue la que fue, y se acabó.

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La televisión muestra las lágrimas de algunos hinchas del Athletic que viajaron a Bucarest y yo veo las lágrimas a mi alrededor. Estos hinchas estaban muy ilusionados con ganar el primer título continental (solo habían llegado a una final de la Copa UEFA, en 1977, cuando cayeron ante la Juventus), tenían todo listo para reeditar las fiestas con que celebraron la clasificación en las fases previas pero multiplicadas por diez, por cien o por mil… Pronto las calles se llenan de gente triste que vuelve en procesión triste, con la sensación de planes cambiados, la certeza de la fiesta arruinada.

Así es el fútbol: unos ganan y otros pierden.

A la medianoche, cuando iba rumbo a la terminal de autobuses en busca del que me llevaría de vuelta a Madrid, me crucé por la calle con muchísimos de esos chicos y chicas que, vestidos con camisetas rojiblancas, muchos de ellos aún con las caras pintadas, no estaban dispuestos a que la derrota los privara de la fiesta nocturna. Gritaban y cantaban, no por Fernando Llorente, ni por Javi Martínez, ni por Susaeta, ni siquiera por el Athletic: sus cantos eran —con músicas tomadas de los repertorios de Celia Cruz y Gloria Gaynor— «Marcelo Bielsa… lo lo lo lo lo lo… Marcelo Bielsa...». Muchos de esos pibitos no habían nacido aún cuando hace 21 años aquel Newell’s del Loco Bielsa era campeón en la Bombonera.

En una entrevista publicada en el Nº 6 de la revista de fútbol Panenka, que se edita en Barcelona, le preguntan a Pacho Maturana:

—Monumental de River, 1993. Colombia entra al estadio entre insultos y hostilidad de la barra argentina. Dos horas después, lo abandona ovacionada. ¿Cómo es la historia de aquel 0-5?
—Aquello lo explican dos cosas: la magia del fútbol es una. Y la segunda, la historia de los grandes países. Si Colombia derrota 0-5 a Chipre, por ejemplo, tal vez salimos del estadio en tanquetas de la policía. Pero si se le gana así a un grande es diferente. Los grandes saben perder.

Lo que hace grandes a los países son las grandes personas. Personas como Marcelo Bielsa.


7 de mayo de 2012

¡Google está desnudo!




Innumerables veces se ha repetido que el cambio que representan las tecnologías digitales son para la humanidad tan importantes como aquel de la invención de la imprenta allá por el año 1450. Así como nosotros miramos atrás y vemos a Gutenberg, ¿cómo se verán los años de nuestro presente desde la perspectiva de los siglos? Los historiadores dirán, seguramente, que allá por el año 2000 pasaron estas y aquellas cosas… y quizá también tiendan a resumir todo en un nombre propio, un nombre que también empieza con G. Sí, ya saben a quién me refiero.

En el cuento tradicional es un niño el único que se anima a alzar su voz por sobre el autoengaño generalizado y señala: «¡El rey está desnudo!». En estos días, el autoengaño nos dice que Google es una empresa cool, innovadora, que hace las cosas bien y ofrece un montón de oportunidades gratis… y si bien puede que lo haya sido en un primer momento, lo cierto es que con el tiempo se fue convirtiendo en un auténtico y gigantesco monstruo cuyos tentáculos alcanzan hoy casi cada resquicio de nuestras vidas. Y va por más.

Esa última afirmación, leída así, en seco, suena exagerada. Pero no suena así después de acercarse a la obra de uno de los que hoy, como el niño del cuento, se anima a alzar la voz y apuntar con el dedo. Desnudando a Google, del español Alejandro Suárez Sánchez-Ocaña (Ediciones Deusto, 2012), se promociona con una pregunta: «¿Si en Google lo saben todo sobre ti, no crees que deberías saber algo más sobre ellos?». Uno se interna en sus páginas para saber algo más sobre ellos, y termina sabiendo mucho.

Google —según la mirada del autor, basada en un trabajo de vasta documentación— es una empresa con una enorme capacidad de innovación, que ha creado y ofrece multitud de productos extraordinarios, sin los cuales es difícil imaginar nuestro día a día actual, pero que ha crecido de forma desmesurada hasta constituir un monopolio de facto en múltiples áreas. Y que representa un peligro, porque siempre es peligroso que mucho poder se acumule en unas pocas manos. Y quizá nunca hubo tanto poder acumulado como este: la mayor base de datos de la historia de la humanidad.

Alejandro Suárez Sánchez-Ocaña
«¿Crees saber lo que sabe Google de ti? Multiplícalo por cien y estarás en lo cierto», dice Suárez. La gran G sabe todo lo que hacemos: qué buscamos, con quiénes y qué nos escribimos, adónde vamos, qué nos gusta, qué no… «Hemos creado un monstruo”, añade el autor: «Google no es el “Gran Hermano” de Orwell. Este no le llegaría ni a la suela de los zapatos». Y lo hicimos siguiéndolo felices, igual que —para seguir con la literatura clásica infantil— las ratas al flautista de Hamelin…
   
Muchos googlefans han abierto los ojos ya y dejaron de ver en la marca del logo multicolor una empresa «buena» que, tal como sus directivos afirman, solo busca organizar y compartir el conocimiento. Decenas de acusaciones y demandas por violar las leyes de derechos de autor (con plataformas como Books y News) y la privacidad (con Buzz o Street View), así como la aceptación de la censura impuesta por el régimen chino para llegar a ese mercado, han hecho mella en su imagen de buenos chicos. La mancha se seguirá ampliando, sin duda, mientras el imperio sigue abriendo mútiples frentes de batalla… probablemente hasta que el gobierno estadounidense no pueda seguir haciendo la vista gorda y tenga que sancionarlo por monopolio, como hizo con Microsoft, en el año 2000, y antes con AT&T, en 1982.

Dice Suárez que «la historia de Google es la del auténtico Rey de la Selva, que era tan fuerte y poderoso, y tan querido por el resto de los animales, que acabo por creerse que “él” era la selva». Por eso, leer sobre el gigante sirve, también, para entender un poquito mejor cómo funciona el mundo. Porque de eso hablamos: de la ley de la selva. Por mucho que haya hecho la humanidad para combatirla, sigue ahí, con otras formas pero tan campante. Libros como este de Suárez ayudan. Google, sí, está desnudo. Pero sigue siendo el rey.

1 de mayo de 2012

El bando detrás del cual encolumnarse





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Tal vez el fútbol sea el deporte más popular porque es el que mejor sabe reproducir las situaciones y las sensaciones de la vida cotidiana. Juego en equipo, talento individual, capacidad de adaptación a diferentes terrenos, temple para afrontar las situaciones difíciles, respeto por los compañeros, esfuerzo, estrategia, sacrificio. Como la vida misma. La vieja frase, una vez más: se juega como se vive.

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Cito una anécdota de memoria, porque me la contaron, no leí el libro donde aparece (Timerman, de Graciela Mochkofsky): en alguna ocasión un periodista que trabajaba para uno de los medios de Jacobo Timerman se puso a explicarle una situación política a su jefe. Le dijo que había no sé si 7 u 8 bandos en disputa. Timerman lo interrumpió con algo así: «Eso está mal. No pueden ser 7 u 8. Los bandos son dos. Nunca son más de dos».

Perdón por la falta de rigurosidad en la cita. De todos modos, lo que me interesa referir es esa tendencia humana, que don Jacobo tenía tan clara, a dividirnos en dos bandos enfrentados, y también a encolumnarnos detrás de las figuras (personas o símbolos) que mejor los representan.

Eso se ha visto en el fútbol en los últimos tiempos. Para bien y para mal, el Barcelona y el Real Madrid han acaparado las miradas de todo el mundo del fútbol (que equivale, en buena medida, a todo el mundo, a secas). Porque representan el clásico de un país pero que se ha proyectado a escala internacional, porque son los dos equipos que más dinero manejan y dominan de manera abusiva una de las ligas que más dinero manejan, porque cuentan con los (probablemente) dos mejores jugadores del mundo, porque las nuevas tecnologías permiten seguir los partidos en directo desde cualquier parte, y por una cuestión no menos importante que todas las anteriores: porque representan dos escuelas de fútbol antagónicas. Del ganar como sea de Mourinho al fútbol-espectáculo de Guardiola. Imposible no posicionarse. No hay terceras posiciones, ni terceras vías, ni terceros mundos. O sí, pero también tienen que tomar partido por uno de ellos dos.

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El fútbol argentino, mientras, vive tiempos tristes. Para los hinchas de River especialmente, claro, que vemos cómo el equipo zozobra y, a falta de siete fechas para el final del torneo del Nacional B, empezamos a mordernos los codos por la incertidumbre. No ascender y tener que jugar otra temporada en segunda sería una condena no igual a la del descenso, desde luego, pero parecida.


Pero el problema del fútbol argentino no tiene que ver con la realidad de un equipo. El problema es estructural. Hace algunos días se reunieron los dirigentes de la AFA para analizar un cambio en el formato de los torneos locales. El resultado más positivo del encuentro fue la sensación de que Grondona, por fin, transita su otoño personal. Lo malo precisamente de eso es que, por una vez, estábamos de acuerdo con él. Una vez que queríamos que ganara, pierde. Será de Dios.

Queríamos que ganara porque su propuesta era la de retornar a los campeonatos largos. Desde hace muchos años —desde el momento mismo en que se inauguraron los campeonatos cortos— sueño con el momento de volver a tener una liga como la gente. El paso del tiempo (¡ya hace 22 años desde que no tenemos un campeonato de más de 19 fechas!) ha causado que estos torneos arraiguen tanto que ahora cuesta mucho erradicarlos.

Creo que es fundamental erradicarlos. Lo antes posible.

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Dice Marcelo Gantman en un texto publicado en canchallena.com días atrás:

Sublimadores de la posesión del balón y pragmáticos del ganar como sea ya no encuentran material de disputa en el orden interno [argentino] entonces se valen del Barcelona de Pep y del Madrid de Mou para dirimir sus inquietudes. Ese debate encontraba su versión argentina con las diversas líneas futbolísticas que anidaban en determinados técnicos. Acá ya no se sabe muy bien a qué se juega y la preocupación central de los equipos está en no perder para poder pasar una semana tranquila.

Tal descripción me parece tan cierta como triste. La mayor prueba es la lista de directores técnicos salientes del Clausura actualmente en juego: once. ¡Once en doce fechas! ¡Casi uno por semana! ¿Es que acaso nadie es capaz de detenerse y decirles a los demás: «Che, esto no es normal, hay que hacer algo»?

Hay que hacer algo.

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El problema es que el fútbol argentino ha creado una rueda absurda, un círculo vicioso, que bajo el pretexto —en teoría positivo— de «todos juegan por algo» ha derivado en el negativísimo «a todos nos domina la histeria». Salvo un puñado de excepciones (Boca, Vélez, Estudiantes, Lanús) todos los demás equipos están metidos en una licuadora que los revuelve todo el tiempo y no saben qué tabla mirar: la del campeonato vigente, la de los promedios, la tabla general de la temporada…

«Decidimos mantener los dos torneos porque tenemos más oportunidades de salir campeones», dijo un dirigente. Y ponen como argumento que en los últimos años salieron campeones muchos equipos diferentes: Banfield, Lanús, Argentinos Juniors… O sea, cualquiera puede salir campeón. ¡Pero ese es el problema! Cualquiera no debería ser campeón, sino el mejor. ¿Quién recuerda ahora esos equipos campeones, esos planteles? Son campeones de juguete, descartables.

Arsenal este año jugó la Copa Libertadores de América. Lo que debería ser un premio se convierte en castigo: Alfaro decidió jugar con un equipo alternativo los partidos internacionales para sumar puntos pensando en no descender. Pero hizo eso antes de estar en puestos de descenso. Es decir, el miedo y la histeria reprimen, ahogan. Y Arsenal, tristemente, fue uno de los representantes argentinos en el máximo torneo continental. Así nos va: desde hace rato que nuestros equipos, en lugar de exhibir respeto ante rivales de otros países, sufren penurias.

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Ahora Guardiola está sin trabajo. Imaginemos que tuviera ganas de dirigir en la Argentina. Salvo que fuera a Boca o a Vélez, en ningún equipo de Primera podría durar demasiado. Un fútbol como el que propondría no necesita solo buenos ejecutantes, sino tiempo. En la Argentina no lo hay.

Hace falta un cambio radical. Un torneo largo, para que haya tiempo para desarrollar proyectos. Eliminar los promedios, para que nadie comience una temporada con la soga al cuello ni haya planteles que paguen los platos rotos de sus predecesores. (Pero eliminarlos de un modo progresivo, para que nadie sienta que se está favoreciendo a nadie: al comienzo de una temporada se anuncia que esa es la última en que se tendrán en cuenta los tres últimos años; a la siguiente se cuentan solo los últimos dos; a la siguiente, solo la temporada en curso.) El equipo que suma más puntos es campeón, los que clasifican por debajo van a las copas; Argentina tiene 5 cupos para la Libertadores y 6 para la Sudamericana. Es decir, hasta el 12º puesto habría premio. Los últimos tres de cada año, al descenso.

Así, casi todos jugarían por algo. Y con mucha más calma. Estoy seguro, absolutamente convencido, de que el fútbol argentino sería mucho mejor. Con mucho mejores espectáculos, con equipos que valga la pena sentarse a mirar, que además obtengan mucho mejores resultados a nivel internacional.

Creo que el de los campeonatos largos y bien organizados es el bando detrás del cual tenemos que encolumnarnos, por el bien de todos.