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UNO. El mundial lo acapara todo. TODO. ¿Se puede hablar de otra cosa en estos días? Alguien que se pone a hablar de libros y/o de literatura en época de mundiales es alguien de quien yo me permito desconfiar. Será porque soy argentino. Escribe el escritor y cineasta español David Trueba, en un texto publicado en “Un sueño mundial”, una revista especial que salió con el diario El País: “Visitar Argentina si te quieres dedicar al fútbol es algo así como escaparte a Jerez si quieres tocar flamenco”. Alguien me dice, mientras aprecia una tanda publicitaria en la televisión: “Ahora todo es sobre el Mundial”. Uff. Si te parece que acá todo es sobre el Mundial, es porque no viviste un Mundial en la Argentina. “Estoy en la ciudad de la pelota”, canta Calamaro en un tema sobre Buenos Aires. La primera vez que lo escuché me pareció exagerado. Pero viviendo afuera uno descubre cuánto, pero cuánto, el fútbol nos atraviesa, es parte de nuestra vida.
DOS. Pocos días antes del comienzo del Mundial de Italia 90 se murió un mago que por aquel entonces había alcanzado cierta celebridad en la televisión argentina. Era muy joven, tendría al morir unos treinta y pocos años, su nombre artístico era Charly Brown. (Qué curiosa la afición de los magos por los nombres literarios: pocos años después llegaría el auge de David Copperfield.) Yo tenía en aquel momento doce años, y recuerdo que lo primero que pensé al enterarme de su fallecimiento fue: “Pobre, morirse justo cuando falta tan poco para el Mundial”.
Ahora que tengo veinte años más ya no es eso en lo primero que pienso cuando sé de alguien que se muere cuando falta poco para el Mundial. No es lo primero, digo, pero sí que lo pienso: qué feo morirse cuando falta poco para el Mundial. Seguro que una de las cosas que más pena le daban a Fontanarrosa cuando sabía que se moría era saber que no podría seguir viendo fóbal. (Allí donde esté, debe lagrimear todavía por el descenso de Rosario Central.) Cómo se lo extraña, por cierto, en este el primer mundial sin él, sin la Hermana Rosa haciendo sus pronósticos. Que lo parió.
TRES. ¿Y morirse durante el Mundial, qué? Borges, el mayor representante de la literatura de nuestro país y un verdadero símbolo antifutbolero, tuvo la picardía (él quería que su muerte pasara lo más inadvertida posible) de fallecer durante el Mundial en que Maradona encandilaba al mundo, dos días antes del partido de octavos de final Argentina-Uruguay.
Ahora lo han emulado José Saramago y Carlos Monsiváis. Un amigo se preguntaba en el Facebook si los jugadores de Portugal saldrían hoy de luto a la cancha en homenaje a José Saramago. La respuesta es que sí lo han hecho, como lo destaca en su blog sobre el Mundial el escritor peruano Iván Thays. Comienza Thays su artículo preguntándose:
¿Quién dijo que el fútbol y la literatura están siempre peleados? Puede ser que el siempre antipático para todo lo popular que no impliquen gauchos y asados de tira de Jorge Luis Borges haya despreciado el fútbol, pero lo cierto es que muchos escritores adoran el fútbol y que, además, muchos futbolistas respetan y admiran a sus escritores.
Claro que sí. ¿Cómo no van a darse la mano la literatura y el fútbol, si son dos de los ámbitos donde mejor se retrata la personalidad, la idiosincrasia, la forma de ser de los pueblos, de los seres humanos?
CUATRO. Hemos citado a Dolina cuatrocientos millones de veces. Lo haremos una vez más:
En un partido de fútbol caben infinidad de novelescos episodios.
Allí reconocemos la fuerza, la velocidad y la destreza del deportista. Pero también el engaño astuto del que amaga una conducta para decidirse por otra. Las sutiles intrigas que preceden al contragolpe. La nobleza y el coraje del que cincha sin renuncios. La lealtad del que socorre a un compañero en dificultades. La traición del que lo abandona. La avaricia de los que no sueltan la pelota. Y en cada jugada, la hidalguía, la soberbia, la inteligencia, la cobardía, la estupidez, la injusticia, la suerte, la burla, la risa o el llanto.
Los Hombres Sensibles pensaban que el fútbol era el juego perfecto, y respetaban a los cracks tanto como a los artistas o a los héroes.
Es que —como ya hemos afirmado en este blog— se juega como se vive. Y esto no tiene nada que ver con el dinero: detestamos aquí esa actitud de ver el fútbol sin poder dejar de pensar en que se está viendo a veintidós millonarios detrás de una pelota. Es como ir al cine y, mientras se acompaña en sus aventuras a Frodo Bolsón, Aragorn y Gandalf (otro mago), repetirse por lo bajo todo el tiempo “son cuatro millonarios vestidos de forma ridícula comportándose como seres que no existen en la realidad”.
El fútbol también exige, como pedía Coleridge, una suspensión de la incredulidad.
CINCO. A mi amigo Octavio no lo citan tanto porque no lo conoce tanta gente. Pero yo a menudo difundo sus textos. (Cuando deliro jugando a ser Borges, él es mi Macedonio Fernández.) Puso en el Facebook después del Argentina 2 - Grecia 0:
En las buenas narraciones nada está de relleno. Cada personaje que el autor introduce tiene su razón de ser. Es un juego matemático, una ecuación perfecta. Si al final, cada capítulo deja con ganas de seguir prendido, es, a la vez que una obra de arte, un éxito. En este momento, así veo a la selección argentina.
Porque el fútbol también es, a su manera, con su propio lenguaje, un relato (construido de muchísimos relatos, cada uno de los cuales a su vez constituido de otros relatos menores: como muñecas rusas).
SEIS. La extinta revista Lea —que se editó en Buenos Aires entre fines de los 90 y principios de los 2000— tenía una sección titulada “Poesía oral involuntaria”. Recogía declaraciones hechas por alguien a algún medio, frases que, quitadas de ese contexto, podían reunir algunas de las condiciones que hacen que una poesía sea una poesía.
Tengo para mí que uno de los picos universales de la poesía oral involuntaria es lo siguiente:
Ahí la tiene Maradona,
lo marcan dos,
pisa la pelota Maradona,
arranca por la derecha el genio del fútbol mundial,
y deja el tendal y va a tocar para Burruchaga...
¡Siempre Maradona!
¡Genio! ¡Genio! ¡Genio!
Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta...
Gooooool...
Gooooool...
¡Quiero llorar!
¡Dios Santo, viva el fútbol!
¡Golaaazooo! ¡Diegoooool! ¡Maradona!
Es para llorar, perdónenme...
Maradona,
en una corrida memorable,
en la jugada de todos los tiempos...
Barrilete cósmico,
¿de qué planeta viniste
para dejar en el camino a tanto inglés,
para que el país sea
un puño apretado
gritando por Argentina?
Argentina 2 - Inglaterra 0.
Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona...
Gracias Dios por el fútbol,
por Maradona,
por estas lágrimas,
por este Argentina 2 - Inglaterra 0.
SIETE. Como dijo alguien por ahí, pedimos por la paz todos los años nuevos, pero sobre todo en los años en que hay mundial, porque las únicas veces en que se suspendió el Mundial fue cuando el mundo estaba en guerra. Y no podemos vivir sin fútbol. ¿No notaron nunca que los domingos sin fútbol están impregnados de tristeza y sinsentido, como está impregnado de silencio un teléfono desconectado, impregnada de quietud una escalera mecánica que no funciona?
Empecé a escribir este post hace varios días, pero el fútbol me ha demorado. Lo termino más cerca del final, de la final. Nadie sabe cómo terminará esta novela plagada de personajes, de dramatismo, de tensión, que tendrá, como todas las novelas, un final feliz para algunos y triste para otros. Ojalá que ganen los buenos.
Y ya mismo dejo de escribir, que está por empezar otro partido.