Todos sabíamos que iba a ganar el PP (Partido Popular, de derecha), y que ganaría por paliza. No había lugar para la sorpresa. Pero entonces, ¿qué pasa con las protestas en la Puerta del Sol?
La respuesta es: nada. Nada en relación directa con estas elecciones. Las protestas en Sol van por otro lado, un camino paralelo, una realidad que es otra y a la vez la misma. Esas ficciones que denominamos «democracias modernas» nos han acostumbrado a que la política consiste en ir a votar cada dos o tres años a alguno de los dos o —con suerte— tres partidos que se reparten los estamentos del poder público. Eso es, mal que nos pese, la política real. Hay otra política: la que discute, la que propone, la que imagina otros mundos. Esa es la que está ahora en la Puerta del Sol.
Hoy lunes (podemos llamarlo 23-M, ya que a los españoles tanto les gusta usar esa forma), en una de las asambleas que por la tarde tenían lugar en esa plaza, bajo el calor de los toldos y los torsos, un muchacho pidió la palabra y expresó una preocupación (así la calificó él):
—Nos estamos burocratizando. Nos estamos pareciendo a lo que queremos combatir.
¿Acaso todas las revueltas están condenadas a lo mismo?
Españoles y españolas peronistas, con «las patas en la fuente» de la Puerta del Sol.
Se habla de spanish revolution. No hay dudas de que se trata de una exageración. Al menos por ahora. Tal vez estos sean los primeros pasos para un cambio profundo (ojalá lo sean), pero me parece un poco precipitado asegurarlo.
Esta situación me recuerda la de Argentina en 2001: descontento generalizado y elecciones no generales (allá fueron legislativas, acá municipales y autonómicas) como termómetro de la sociedad. Claro que ese «me recuerda» hay que tomarlo con pinzas de coleccionista de estampillas del siglo XIX. Entre esta coyuntura española y aquella de nuestro país hay —más metafórica que literalmente— una distancia de diez años y 14.000 km. Comparado con lo que era aquello, acá no pasa nada, así como comparada con nuestras crisis, nuestras crisis de verdad, lo que sucede acá es un juego de niños.
Elecciones: entrás a la escuela y en los pasillos hay mesas y sobre las mesas están las boletas de los distintos partidos. Allí, delante de todo el mundo, la gente elige la papeleta del partido al que quiere votar, la mete en el sobre y después se pone en la cola de la mesa en la que le toca meterla en la urna. ¿Y si no quiero que los demás se enteren de a quién estoy votando? Hay unos cuartos oscuros que no son cuartos sino cabinas: tienen el tamaño de una cabina telefónica (o un probador de ropa) y casi nadie los usa. Es que, al igual que el propio voto, su carácter secreto no es una obligación sino un derecho. Me imagino si en la Argentina la ley dispusiera estas condiciones a los punteros y otros matones controlando e intimidando a los votantes…
En la puerta del aula en la que le tocó votar a L había pegado un listado de los alumnos. Préstese atención a los nombres (click sobre la imagen para agrandarla, igual que con todas): más de la mitad de los 14 niños y niñas, por cómo se llaman, son extranjeros o hijos de extranjeros. Muchos de sus padres —al igual que yo— no tienen derecho a votar. Serán —seremos— gobernados, con el poder que otorga en el juego de la «democracia moderna» una victoria tan aplastante, por un partido que aboga por políticas contrarias a los extranjeros y que, en algunos distritos, expresa a través de sus representantes opiniones racistas y xenófobas…
He leído por ahí comparaciones entre la «estúpida clase media argentina» y su símil española. Tengo para mí que, lamentablemente, no se trata de un fenómeno exclusivo ni de argentinos ni de españoles: creo que, en general y en todas partes, la mayoría de la gente tiende a posiciones políticas más bien conservadoras. Que el órgano más sensible del cuerpo humano es el bolsillo y que, en función de ello, actúan las masas. Ojalá algún día pase algo que me demuestre que estoy equivocado.

De la crisis argentina de 2001 brotó el kirchnerismo, y no emitiré opinión sobre ello porque para eso cada uno ya sabe lo que piensa y lo que siente. ¿Qué puede surgir aquí, de estas nacientes fogatas? Ni idea. Ojalá al menos, me atrevo a pedir, a ilusionarme, evitar el gobierno monolítico con el que sueñan Rajoy, Esperanza Aguirre y compañía.
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