20 de octubre de 2011

Mi posición ante las elecciones




No puedo votar en las elecciones presidenciales argentinas de este domingo. Para hacerlo, tendría que haberme anotado en el consulado de nuestro país en Madrid antes de abril de este año, ya que la ley electoral dispone que, para poder gozar de mi derecho al voto (al estar fuera del país deja de ser una obligación), a pesar de tener el cambio de domicilio hecho a esta ciudad, debo «darme de alta» en un listado al menos con 6 meses de anticipación.

Si estuviera habilitado para votar, lo haría. No sé por qué partido. El objetivo de este artículo es dejar clara mi postura acerca de este momento de la situación política de la Argentina.

PASIONES Y CRISPACIONES

Lo primero que debo decir es que la situación política del país me resulta muy pero muy difícil de entender. Esta dificultad es compartida por muchos argentinos y argentinas que, al igual que yo, viven fuera y con los que he conversado. «Difícil de entender» no es un juicio de valor sino una mera descripción. (Mientras escribo y yo mismo me obligo a aclarar lo que quiero decir con esa expresión, me doy cuenta de que eso es parte de la propia dificultad: el riesgo de que todo lo que uno dice sea interpretado de un modo u otro, según las necesidades o el gusto del oyente.)

Tan difícil me resulta que, de un tiempo a esta parte, empecé a dejar de intentar entender. Me conformo con estar lo más informado que puedo.

Creo que siempre debe ser difícil entender cuando estás afuera, pero mucho más cuando el país vive una situación atípica. Atípica al menos en los años que uno vivió allí: me dicen que la última vez que se vivió con una pasión (por llamarlo de algún modo) como la actual fue durante la «primavera alfonsinista»; yo nací en el 78 y no tengo recuerdos de aquello. Mis recuerdos «políticos» (por llamarlo de algún modo) más antiguos se remontan a la fatídica semana santa del 87.

Caí en la cuenta de que las cosas eran distintas de como yo las había dejado hace casi un año, el 27 de octubre de 2010. Ese día, tercer aniversario del triunfo electoral de Cristina Fernández de Kirchner y asueto debido al censo general, estaba en mi trabajo cuando, a eso de las 2 de la tarde, hora española, mi amiga María Noel me dijo por chat: «Murió». Minutos antes habíamos estado hablando de sus problemas de salud, y yo le había dicho: «Son muchas internaciones en poco tiempo… se va a morir de verdad». Pues se murió de verdad.

Lo primero que se me ocurrió fue un chiste: «Un censado menos». Tuve la idea de ponerlo en el Facebook, pero no lo hice porque, a pesar de cómo somos, siempre resulta un poco desagradable y fuera de lugar hacer chistes con la muerte, de un expresidente argentino, de Kadafi o de quien sea. ¡La que me hubiera caído si lo hacía! Poco a poco fui enterándome: de los que se pusieron a tocar bocina en el centro, de la indignación de muchos… pero después empecé a sorprenderme, al ver que muchos amigos y conocidos comenzaban a manifestar su dolor. Para muchos de ellos, cuya posición política actual desconocía pero con quienes históricamente había compartido (más o menos) opiniones, no se había muerto un expresidente, un político: se había muerto un líder. Frases del tipo «Ahora más que nunca, ¡fuerza, Presidenta!» me hacían darme cuenta, de golpe y porrazo, de que las cosas habían cambiado. Leer el testimonio de un amigo que esa noche fue a la Plaza de Mayo y se abrazaba con cualquiera unido en el dolor y el llanto me hablaba de una Argentina que yo no solo no conocía, sino que ni siquiera sospechaba.

UN TRECHO LARGUÍSIMO

Me vine a España en septiembre de 2007; retorné a la Argentina en diciembre de ese año, estuve allí unos meses y luego ya me vine, de modo estable, en mayo de 2008, en pleno «conflicto del campo», cuando un humo misterioso invadía Buenos Aires como si fuera la isla de Lost, yo no había visto Lost y River no solo jugaba en Primera sino que estaba a punto de salir campeón. Aquella era, definitivamente, otra Argentina.

El gobierno de Néstor Kirchner había tomado medidas que, según mi opinión y mi punto de vista, fueron muy positivas, pero también otras que no me habían gustado. Lo mismo pasó en los años siguientes —insisto, según mi modesto entender— con el gobierno de Cristina Fernández. Me alegra, hoy en día, escuchar y leer noticias positivas y alentadoras sobre la Argentina, y me entristece leer y escuchar cosas negativas. Lo que me cuesta muchísimo entender es la crispación, la división en dos bandos absolutamente antagónicos, la guerra declarada y, sobre todo, la pasión con la que tirios y troyanos se lanzaron a la lucha.

Pregunté al respecto muchas veces y me dieron diferentes respuestas. Hablé con mucha gente con la que solía coincidir políticamente; algunos son kirchneristas acérrimos y otros están en desacuerdo con el gobierno. Muchas de esas personas, desde ambos bandos, hablan de lo que está enfrente como motivo (no el único, pero sí uno de ellos) para posicionarse. Cito a un amigo: «Cuando los gorilas (militantes de lo antipopular) y los chimpancés (militantes del enojo ante los malos modales del kirchnerismo) se sitúan en estos lados, cada vez con más intensidad sé donde tengo que estar en este momento». Según esta clase de categorizaciones, caras al peronismo, muchas veces me siento un chimpancé. No es algo de lo que me avergüence.

Lo que quiero decir, y es esto el motivo de todo este texto, es lo siguiente: si la cosa está entre el kirchnerismo (englobando en este término al gobierno en el período 2003-2011, sus medidas, sus integrantes, sus acólitos, etc.) y el antikirchnerismo (suponiendo que esto es un grupo y que dentro de él están las figuras más representativas de lo que se llama «la oposición», los dirigentes del campo, la clase media porteña, los votantes de Macri, los que creen que el principal problema de la Argentina es la seguridad, etc.), claramente me siento mucho más cerca del kirchnerismo. Y entiendo a los que dicen que una cosa es lo ideal y otra lo posible, y que entonces hay que alegrarse y apoyar a este gobierno, que es lo mejor posible en este momento. Me gusta la idea de que esto es el comienzo de un camino que puede ser muy bueno a la larga, cuando estas políticas persistan pero corrigiendo lo que se hace mal. Pero de ahí a convertirme en un militante capaz de hacer la vista gorda ante cuestiones que considero fundamentales (no solo «malos modales») y que este gobierno no respeta, hay un trecho larguísimo. Por eso mi dificultad para entender cómo personas de las que —repito— me he sentido históricamente cerca en cuanto a opiniones y posiciones políticas se han convertido en militantes y casi fanáticos de este partido y este gobierno.

Quisiera que quede claro que esto no es una crítica a las personas que han asumido esa postura; insisto, como dije al principio, que la dificultad para entenderlo es solo eso y no implica ningún juicio de valor.

Estar afuera tiene esas cosas. Por más que uno intente informarse a través de distintas vías, hable con familiares y amigos, lea la prensa, perciba lo que se comparte en las redes sociales, no es lo mismo que respirar el día a día, convivir con esa sociedad.

Por todo esto, si pudiera votar, no sé por quién lo haría. Sé por quiénes no lo haría: no votaría a Rodríguez Saá, a Duhalde, a Carrió, a Alfonsín. Eso es lo que puedo asegurar. Y como cada tanto termino enzarzándome, casi sin quererlo, con amigos en el Facebook sobre estas cuestiones, quería ser claro al respecto. Supongo que hoy por hoy estar afuera es una de las únicas maneras de no verse obligado a definirse como K o anti-K. Yo, al menos, no creo estar en ninguno de esos dos bandos.

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2 comentarios:

Ezequiel dijo...

Si el artículo lo hubieses terminado en el tercer párrafo, desde el segundo subtítulo, te hubiesen acusado de anti K. Si lo editara algún programa de TV afín al Gobierno, sólo hubiese extractado el párrafo siguiente a ese y te tratarían como a "uno de ellos". La situación es compleja, incluso para los que estamos acá, pero creo que lo peor es la lógica que impera: conmigo o contra mí. Sin medias tintas. No estoy de acuerdo con este Gobierno y desde hace muchos años que intento sumar argumentos: el problema es la falta de ámbitos donde uno pueda expresarlos sin caer en la nefasta futbolización de la política (donde todo es River o Boca). Y, si hay algo que no puedo entender aún, es cómo mucha gente, con la que también me siento muy cerca ideológicamente, de repente observa procesos o, más todavía, personas, y les endilga adjetivos poco razonables: A. Fernández es uno de ellos. Ya no es el duhaldista cómplice de los asesinatos de Kostecki y Santillán (cuya prueba irrefutable quedó registrada en un video que compartí en el face), el intendente prófugo de Quilmes, el mafioso que acuerda con Grondona, sino un simpático gran político, soldado de la Presidenta, que aparece en los medios para hacer chistes y atacar al Grupo Clarín y todo el "aparato hegemónico de medios".
¿Cómo podés cambiar el pasado? ¿Cómo pueden modificar tanto su postura? Creo que la respuesta es no, no lo hacen: simplemente están tan subsumidos en la lógica de las veredas (yo acá, vos enfrente) y una crítica hacia cualquiera sería atacar el "modelo", ser anti nacionalpopular, estar a favor del campo, ser destituyente, etc, etc. Pensar críticamente , construir desde la discrepancia y la búsqueda de consensos, no estar de acuerdo, preguntar por qué no se avanza en cuestiones estructurales, hablar de crecimiento sin desarrollo, etc, etc., son cosas que el "modelo" no acepta. Por eso cuando me preguntan de qué lado estoy, la respuesta es sencilla: del mío, intentando no resignarme a esta lógica y preparándome (psicológica, intelectualmente)para el momento en que existan gobernantes que quieran construir un país en serio. O, al menos, que lo intenten desde la honestidad, la ética y el respeto a los que piensan diferente.

Sergio San Juan dijo...

Honestamente creo que Cristina es el (la) mejor presidente de los ultimos 60 anos y que, ademas esta a distancia sideral de los demas politicos con aspiraciones de poder. Desde la formacion intelectual esta afirmacion es rebatible, pero un dirigente se mide desde lo que hace y piensa, y ahí no tiene rival.
Creo, ademas, que los dos gobiernos kirchneristas han tomado las decisiones politicas y economicas mas importantes y decidamente populares desde el retorno democratico.
Sostengo convencido que si no apoyamos esta gestion la alternativa no solo es muchon peor, en todos los casos han tomado decidido partido por la defensa de los intereses privados de las corporaciones o privilegian una independencia que juzgo egoista y desentendida de lo que se juega. Por eso el enojo.
Personalmente no quiero un regimen en el pais, el peronismo ya cometio ese error historico. Pero no tengo dudas que no nos tiene que temblar el pulso como sociedad para estar donde hay que estar.
En el odio antikirchnerista esta a flor de piel el gorilismo. Es el odio racista y xenofobo que la clase media y la clase ilustrada ya ni siquiera disimulan con buenos modales.
El enemigo acecha y cuando vuelva sera implacable. Ahí tenemos que estar todos.
Espero que los chimpances tambien.
Pd. Disculpen la falta de acentos, pero escribir en un telefono no es mi especialidad.