11 de junio de 2012

Vivir en un libro,
conversar en espiral

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Mi amiga Verónica bautizó como «conversaciones en espiral» a las charlas en las que ella y yo hablamos de los más diversos temas (personas, cosas, acontecimientos) que luego reaparecen en nuestras vidas de las más variadas formas (en artículos que leemos en los diarios, libros, películas, charlas con otras personas…). Nos pasa con mucha asiduidad, más que con cualesquiera otras personas. A veces tiendo a pensar que mi vida está demasiado poblada de casualidades, como ya lo conté en un post. También me dicen que las casualidades están en las vidas de todos, solo que no todos se detienen a observarlas en detalle. En fin.

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El caso es que hace poco Verónica publicó en el Facebook el enlace a un artículo en el blog Papeles Perdidos, de El País, en el que Winston Manrique Sabogal pregunta: «¿En qué libro te gustaría vivir?». Ella proponía algunos (El Gran Gatsby, el relato El perseguidor, de Cortázar) y yo dejé mi respuesta como comentario: París era una fiesta. Y destaqué: «Ahora que lo pienso, Woody Allen respondió a este pregunta en su última película: quería vivir en el mundo de París era una fiesta… e hizo Medianoche en París».

Hilvanando ideas, llegamos a enunciar la siguiente: todos vivimos en un libro, solo que algunos se escriben y otros no. Verónica escribió: «Me estoy imaginando el mundo como una enorme biblioteca, llena de las historias que cubren páginas y páginas, los libros en los que cada uno de nosotros vive. Cuentos cortos, poesías, obras colectivas, enciclopedias familiares de muchos tomos, novelas de pasiones arrebatadoras, de amores truncados y recuperados, un sinfín de relatos. ¡Qué lindo! Y también un archivo para la oralitura».

Como no podía ser de otra manera, esa fantasía me recordó un célebre relato que comienza con las siguientes palabras: «El universo (que otros llaman la Biblioteca)…» Las escribí como comentario en esa publicación del Facebook y así concluyó aquel intercambio.

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Pero es muy difícil hablar de «concluir» cuando se trata de conversaciones en espiral. En esos días yo empezaba la lectura de La interpretación de un libro, novela del argentino Juan José Becerra (publicado en España semanas atrás por Candaya). Tal novela cuenta la historia de un escritor que conoce a una lectora fanática de su única novela publicada y de la relación de amor que se establece entre ambos (que también es, de alguna manera, la relación entre la escritura y la lectura).

La lectora inunda la casa del escritor con cuadros del pintor estadounidense Edward Hopper. En todos ellos se repite la misma escena: una mujer sola leyendo un libro. En todos menos en uno, titulado Habitación en Brooklyn, en el que la mujer sola está mirando a través de la ventana. La lectora dice que aquella es una «situación perfecta»

no porque [la mujer] puede leer sino porque está leyendo. Está leyendo el edificio de enfrente. No necesariamente hay que leer un libro para leer algo. Esa mujer es una lectora de cosas.

Habitación en Brooklyn, de Edward Hopper



Luego agrega:


No es una situación perfecta de lectura. Es un hecho perfecto. Aparte, lo que más me gusta, es que no es que la mujer trae un libro de otro lugar sino que ella se acerca a lo que puede ser leído, en este caso un edificio. Pero podría ser cualquier otra cosa. […] Esa mujer está leyendo algo desde hace mucho, está en medio de un proceso de lectura. Está leyendo como puede decirse de alguien está viviendo.

Más adelante:

No lee el frente, que al fin y al cabo, es un pedazo de cemento y ladrillo. Ella lee el interior, conoce a quienes habitan cada departamento, los observa cuando pelean o cuando se acuestan, y cuando cenan, y además imagina dónde y qué cosas estarán haciendo cuando no están allí, y hasta te diría que vela por el sueño de todos esos habitantes que para ella son personajes de una novela larga, una novela que yo llamaría de situación.

Y después interpela al novelista:

Vos dirás, como escritor que sos, ¿quién escribe esa novela? Te lo digo ya: la mujer que lee es la que escribe, y la escribe mientras la está leyendo. La grandeza de ese cuadro, que por algo es el mejor, consiste en que por primera vez podemos ver a la lectura como escritura. Una escritura tan evolucionada que no está en ningún lado, digamos una literatura sin materia: una literatura que se escribe cuando pasa de largo, o sea cuando se pierde, como si la mujer estuviera escribiendo en el tiempo.

Esto viene a complementar lo que hablábamos Verónica y yo. Habíamos dicho: todos vivimos en un libro, solo que algunos se escriben y otros no. Pues quizá no sea que unos se escriben y otros no, sino que todos se escriben: unos materialmente, con tinta y papel (o con unos y ceros en la memoria de una computadora), y otros en ninguna parte, perdiéndose, solo sobre la materia de la que está hecha el tiempo.

La lectora, que tan lúcida se muestra en la anterior disquisición, parece perder la cabeza unas páginas después, e increpa al escritor:

Contame, ¿se vive bien en un libro? ¿Tan bien se vive que no podés salir?

Y a vos, ¿en qué libro te gustaría vivir?

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Días después Verónica visita Madrid. Le hablo de esta enésima coincidencia, le leo los pasajes de la novela de Becerra. Después vamos rumbo al Retiro, a visitar la feria del libro. Pasamos junto al museo Thyssen-Bornemisza y nos enteramos de que una semana después (el 12 de junio) inaugura una muestra sobre uno de los pintores preferidos de mi amiga: Edward Hopper… a quien yo no había nombrado cuando le leí los pasajes de la novela.



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Hacia el final de La interpretación de un libro, el novelista se pregunta «¿quién termina las historias?: ¿el escritor o el lector?». Esto es más difícil de responder que lo de en qué libro te gustaría vivir: es casi un koan zen. ¿Y qué pasa —redoblo la apuesta yo— en el caso de los libros que no se escriben, de la literatura sin materia que se escribe mientras se lee? El lector que escribe mientras lee ¿termina las historias? ¿Cuándo? ¿Cómo?

(Lo bueno de que esto no sea una historia sino un pequeño artículo en un blog es que responder a preguntas de esa índole es más fácil: el post se termina aquí y ahora, con el punto final después de la palabra «final». ¿O no…?)


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cristian, como para aportar algo a la espiral de casualidades, el cuadro que se menciona en la novela debe ser Sol matinal, que como foto es una de las 14 obras de Hopper que tengo en un album de facebook. Abrazo, Emiliano

Cristian Vázquez dijo...

¡Hola, Emi! Gracias por el comentario. El cuadro del que hablo en el post es Habitación en Brooklyn, y me diste la idea de incluirlo aquí en el post, así de paso sabemos de qué hablamos. Becerra menciona algunos más, entre lo cuales no aparece Sol matinal. Pero bueno, podría formar parte de los que no se mencionan por el nombre y que la lectora le regala al novelista... ¡Abrazo!