20 de junio de 2013

«Una de las búsquedas fundamentales de Rayuela es la libertad»

Mariángeles Fernández es periodista, editora y especialista en la obra de Julio Cortázar. Nació en Venta del Obispo, un pueblo de Ávila, vivió en Argentina y desde hace años está radicada en Madrid. Coordina regularmente talleres de escritura en el Centro de Arte Moderno y, en estos días en que se cumple medio siglo de la publicación de Rayuela, dicta un taller de lectura de la obra más emblemática de Cortázar. Para hablar de esta obra, precisamente, me reuní con ella en el Café del Real, frente a la plaza de la Ópera.

A mí me interesaba hablar, sobre todo, del proceso de escritura y de publicación de Rayuela. Mariángeles acudió muy bien preparada. Llevó, por un lado, varios tomos de las cartas de Cortázar. Por el otro, su preciado ejemplar de la primera edición de Rayuela, bien envuelto en una lámina de plástico. Lo sacó para que yo pudiera verlo y hojearlo y de inmediato lo devolvió a su protección. Evidentemente, lo cuida como lo que es: un auténtico tesoro. Las fotos que acompañan a este artículo corresponden a ese ejemplar.

(Aclaración: mis intervenciones van en negrita. Hay pocas, porque por momentos fue casi un monólogo de Mariángeles. Como las coplas a Martín Fierro cuando se pone a cantar, a Mariángeles, cuando habla de Cortázar, las frases le van brotando como agua ’e manantial.)

—Paralelamente a su obra literaria —dice Mariángeles—, Cortázar escribió una copiosísima correspondencia, que por suerte ha llegado a nosotros en su mayor parte. Esta correspondencia completa su obra, porque en ella fue haciendo como un «diario de creación» que iba compartiendo, a distintos niveles, con distinta intensidad, tanto con sus amigos como con sus editores. Uno puede seguir el rastro de prácticamente todas sus dudas, logros, calendarios, etc., a través de sus cartas. Es la única huella biográfica que queda, porque él era un tipo contrario a las memorias y las autobiografías. Consideraba eso una cosa casi obscena, una pose. Decía que los argentinos eran muy poco dados a las memorias o autobiografías porque no se atrevían a contar la verdad de sus contemporáneos. Tampoco le gustaba la idea de la confesión psicoanalítica, porque él creía que todo lo importante estaba en su obra.

Ejemplar de la primera edición de Rayuela.
«Pero mira por dónde, la historia al final ha dado tantas vueltas, que ha llegado a nosotros esta maravillosa colección de cartas, donde vemos los primeros rastros de cuando él empieza a hablar de Rayuela. Esta es la primera mención que yo encuentro. Quizá no sea la primera, porque van apareciendo cartas: esto es como una obra infinita. Se supone que la mayor parte están aquí, pero claro, hay gente que las habrá tirado, que no las quiere mostrar, que ni sabe dónde las tiene, la gente se muda y quema cartas, todas esas cosas.

»Es una carta del 8 de mayo de 1957 a Jean Bernabé, que era un traductor amigo suyo. Aquí todavía lo trata de usted; luego se hicieron muy, muy amigos. Le cuenta que estuvo en Nueva Delhi con Aurora Bernárdez. Él viene con esa impresión de la India, como muy impregnado de la espiritualidad oriental, que es muy importante en Rayuela.

—¿Se ha hablado lo suficiente de eso, del lugar de lo oriental en Rayuela?

—Sí, se habla del tema del zen. Además Cortázar lo ha dejado bastante plasmado, sobre todo en sus cartas con Fredi Guthman, que es el que lo introdujo al pensamiento zen, y luego también con Paco Porrúa, su editor. Los dos le pasaban lecturas, como Krishnamurti, que estuvo tan de moda entre las décadas del 40 y del 60. En Rayuela, la dicotomía entre la percepción del hombre en Oriente y Occidente es un tema fundamental, insoslayable. En la carta, Cortázar dice:

Entre tanto han ocurrido aquí cosas diversas, ninguna de ellas demasiado importante. Creo que ya lo he dicho en mi carta anterior a la partida hacia la India que le llevé Bestiaire a [Roger] Caillois. Me lo devolvió diciéndome que las traducciones le parecieron demasiado apegadas al original (sic). Cuando le pedí que me aclarara lo que me quería decir sostuvo que usted [Jean Bernabé] había sido demasiado fiel en algunas cosas, alejándose del francés para mantenerse más cerca del giro español, del ritmo de las frases, etc. Creo que fue en ese momento cuando comprendí por fin por qué las traducciones al francés me parecen casi siempre demasiado alejadas del original. Evidentemente la gente como Caillois considera que el autor no interesa gran cosa, lo único que cuenta es salvar a toda costa el gran estilo francés.

«Luego habla de El perseguidor:

Entretanto, parece que El perseguidor sale en una excelente revista mexicana, lo cual me ha alegrado mucho. Le agradezco, Jean, su ofrecimiento…

»Te estoy metiendo en harina —me dice Fernández— porque él siempre dijo que, si no hubiera escrito El perseguidor, no habría escrito Rayuela. ¿Por qué? Ahí está un poco el arranque de la construcción de personajes de otra categoría. Por primera vez se aleja, en el sentido más literal, de lo fantástico (que no desaparece nunca de su obra, por supuesto) para entrar en la construcción de un personaje que es un hombre, un ser humano con todas sus contradicciones. Si has leído El perseguidor conoces el sufrimiento que es capaz de tener un personaje, y cómo Cortázar lo transmite de una forma maravillosa. Ese es un antecedente fundamental.

»Luego más adelante dice:

Escribo muy poco, y sobre todo poemas. Creo sin embargo que me voy a embarcar poco a poco en un libro largo cuya naturaleza me es todavía desconocida. Es curioso tener una sensación de forma y volumen antes que de contenido propiamente dicho, pero es así y me ocurre siempre.

»A partir de ahí, ya empieza a haber como una presencia de ese libro que termina publicándose en junio del 63. De todos modos, en el 59 le escribe otra carta a Jean Bernabé, en la que ya lo tiene claro. Dice:

Usted cree que yo puedo quizá llegar a ser un novelista. Me falta, como me dice, un peu de souffle pour aller jusqu'au bout [un poco de aliento para llegar hasta el final]. Pero aquí, Jean, intervienen otras razones, y éstas estrictamente intelectuales y estéticas. La verdad, la triste o hermosa verdad, es que cada vez me gustan menos las novelas, el arte novelesco tal como se lo practica en estos tiempos. Lo que estoy escribiendo ahora será, si lo termino alguna vez, algo así como una antinovela, la tentativa de romper los moldes en que se petrifica ese género. Yo creo que la novela ‘psicológica’ ha llegado a su término, y que si hemos de seguir escribiendo cosas que valgan la pena, hay que arrancar en otra dirección. El surrealismo marcó en su momento algunos caminos, pero se quedó en la fase pintoresca. Es cierto que no podemos ya prescindir de la psicología, de los personajes explorados minuciosamente; pero la técnica de los Michel Butor y las Nathalie Sarraute me aburren profundamente. Se quedan en la psicología exterior, aunque crean ir muy al fondo. El fondo de un hombre es el uso que haga de su libertad.

»Todos los personajes de Rayuela son absolutamente libres. Una de las búsquedas fundamentales de Rayuela es la libertad personal, individual, pero siempre con la perspectiva de que el hombre está en un contexto social. Es decir, es un individualismo relativo el de Cortázar. Sigue:

Por ahí se va a la acción y a la visión, al héroe y al místico. No quiero decir que la novela deba proponerse esta clase de personajes, porque los únicos héroes y místicos interesantes son los vivientes, no los inventados por un novelista. Lo que creo es que la realidad cotidiana en la que creemos vivir es apenas el borde de una fabulosa realidad reconquistable, y que la novela, como la poesía, el amor y la acción, deben proponerse penetrar en esa realidad. Ahora bien, y esto es lo importante: para quebrar esa cáscara de costumbres y vida cotidiana, los instrumentos literarios usuales ya no sirven. Piense en el lenguaje que tuvo que usar un Rimbaud para abrirse paso en su aventura espiritual. Piense en ciertos versos de Les Chimères de Nerval. Piense en algunos capítulos de Ulysses. ¿Cómo escribir una novela cuando primero habría que des-escribirse, des-aprenderse, partir á neuf, desde cero, en una condición preadamita, por decirlo así? Mi problema, hoy en día, es un problema de escritura, porque las herramientas con las que he escrito mis cuentos ya no me sirven para esto que quisiera hacer antes de morirme. Y por eso —es justo que usted lo sepa desde ahora— muchos lectores que aprecian mis cuentos habrán de llevarse una amarga desilusión si alguna vez termino y publico esto en que estoy metido. Un cuento es una estructura, pero ahora tengo que desestructurarme para ver de alcanzar, no sé cómo, otra estructura más real y verdadera; un cuento es un sistema cerrado y perfecto, la serpiente mordiendo la cola; y yo quiero acabar con los sistemas y las relojerías, para ver de bajar al laboratorio central y participar, si tengo fuerzas, en la raíz que prescinde de órdenes y sistemas. En suma, Jean, que renuncio a un mundo estético para tratar de entrar en un mundo poético.

»Esa es otra clave fundamental de Rayuela: es un sistema poético. De hecho, hay capítulos enteros que se pueden leer en clave poética. Él siempre se consideró poeta, jamás dejó de escribir poesía y, por el ritmo que tiene, en Rayuela no hay ninguna palabra que sobre. Está incluida la experiencia de un poeta que mide cada palabra en tensión con la siguiente, es decir, no hay una narración espúrea, sino siempre ceñida, casi metafórica.

—Él insistía mucho con el sonido, también. Se grababa, se escuchaba…

—El ritmo, el swing, todas esas ideas del timming, todo eso está en Rayuela. Sigo:

¿Me hago ilusiones, terminaré escribiendo un libro o varios libros que serán siempre míos, es decir, con mi tono, mi estilo, mis invenciones? A lo mejor sí. Pero habré jugado lealmente, y lo que salga será así porque no puedo hacer otra cosa. Si hoy siguiera escribiendo cuentos fantásticos me sentiría un perfecto estafador; modestia aparte, ya me resulta demasiado fácil, je tiens le systéme, como decía Rimbaud. Por eso El perseguidor es diferente, y usted habrá pensado en él al leer estas líneas tan confusas. Ahí ya andaba yo buscando la otra puerta. Pero todo esto es tan oscuro, y yo soy tan poco capaz de romper con tanto hábito, tanta comodidad mental y física, tanto mate a las cuatro y cine a las nueve…

»Yo creo que aquí ya tenemos el fundamento de por qué Cortázar escribió Rayuela. En La vuelta al día en ochenta mundos dice: “En la literatura argentina se silba poco”. Como que era acartonada. Habla de “los tortugones amoratados que vigilan el idioma”, los académicos de entonces que impiden que la gente se salga de los límites del diccionario. Lo que pretende es reventar el idioma, en el sentido de hacerlo vivo, creativo, es decir, hacer una revolución de la literatura desde dentro de la propia obra. Que la obra cuente como propuesta estética. Y luego hacer una historia en la que los personajes tengan algo para decir, y que no se queden solo en psicologismo o en la pura anécdota de un argumento leve.

»Cuando sale Rayuela él ya era un hombre mayor, tenía casi 50 años, que es la edad perfecta para escribir una novela. ¿Qué pasó? Su generación no lo entendió. Lo entendieron las generaciones jóvenes. Eso es maravilloso, porque, para esa propuesta lúdica que él hace, tienes que entrar en los juegos, ser cómplice, y sólo lo hace la gente que estaba en una búsqueda similar. Por eso él engancha con los jóvenes. Luego se prende en el Mayo del 68… Es una persona que está en búsqueda de un cambio profundo del sistema. Y también del sistema literario, claro.

Colofón de la primera edición de Rayuela.

(Continuará)

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