15 de octubre de 2012

La Torre de Joyce

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En su extenso prólogo al Ulises, escrito en 1975, José María Valverde señala que en agosto de 1904 James Joyce

con su amigo el estudiante de medicina y alevín literario Oliver St. John Gogarty (en Ulises, Buck Mulligan) y un estudiante inglés interesado en la lengua y las tradiciones irlandesas (Trench: Haines en el libro), se instaló, cerca de Dublín, en una de las torres llamadas «Martello», fortificaciones cilíndricas construidas en 1804, en número de varios centenares, por las cosas británicas, contra posibles desembarcos napoleónicos, y entonces, un siglo después, cedidas en barato alquiler a quien tuviera la humorada de meterse en tales construcciones. Por lo que se puede ver en [el capítulo 1], la idea de los jóvenes era establecer en esa redonda morada el ómphalos, el ombligo de una gestación cultural, una helenización de Irlanda con signo anticasticista. Pero la convivencia no duró más que una semana y, según se alude en el libro, terminó literalmente a tiros, dirigidos contra unas cacerolas que colgaban sobre la cabecera de Joyce.

En la misma edición de Lumen, después del prólogo, aparece un resumen del contenido de cada capítulo. Allí se señala que el primer pasaje de la novela transcurre «en la plataforma superior de una vieja torre redonda de fortificación, en Sandycove, afueras de Dublín».

Desde Napoléon hasta Joyce había pasado un siglo, y desde Joyce hasta nosotros, otro, pero la torre, me dije, debía seguir ahí, nadie la habría derrumbado. Así que cuando estuve en Dublín, busqué Sandycove. El mejor lugar para buscar un sitio de «las afueras» es el plano del ferrocarril. Ahí lo encontré. Está claro que podría haber buscado esta información antes de viajar a Dublín, pero no lo hice. Así que, una vez en la propia capital irlandesa, compré un billete de ida y vuelta hasta la estación llamada Sandycove & Glasthule, sin saber qué encontraría allí.




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Bajé del tren y no quise preguntar nada a nadie. Me lancé a la aventura para que lo que encontrara por ahí me sorprendiera. Sabía que debía tener cerca el mar, pero no tenía muy claro dónde. Caminé un poco por las callecitas de un barrio de casitas bajas y, al llegar a una esquina, vi el mar. Caminé hasta el parque situado en la costanera, donde algunas personas caminaban y otras hacían footing.

Al poco de andar, un cartel me hizo saber que mi búsqueda no sería en vano: como epígrafe de una foto aparecían las palabras «Vista de la Torre de Joyce».




Poco después tuve en persona la vista de la llamada —como acababa de enterarme— Torre de Joyce y saqué una foto similar a la que ilustraba el cartel.




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Caminé por el sinuoso asfalto que sube hacia la Torre. (Aquí el plano en Google Maps de la zona.) Me sorprendí (pero no mucho) de ver cómo algunas personas se bañaban en el mar, mientras yo andaba con zapatillas, vaqueros y una campera bastante abrigada.



Finalmente, llegué a la Torre. En ese momento momento me enteré de que hay allí un James Joyce Museum. La puerta estaba cerrada.



Al lado, el cartel de la foto, que informa:

Aviso a los visitantes: Hasta nuevo aviso, el museo solo abrirá para visitas concertadas. Hace falta avisar con antelación (…) Pedimos disculpas por los inconvenientes ocasionados.

El papel manuscrito añade los siguientes datos:

Museo abierto el jueves 21 de junio de 9.30 a 11 horas.

Yo estuve allí el lunes 18 de junio (dos días después del Bloomsday). El añadido con birome a la izquierda se indigna:

Closed on Bloom’s Weekend?? WTF??? FOR SHAME!

que en español sería algo así como:

¿Cerrado el fin de semana del Bloomsday? ¿Cómo mierda puede ser? ¡UNA VERGÜENZA!

El último añadido, con birome celeste, dice «I agree», o sea, «Estoy de acuerdo». Yo también lo estuve.


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Pero bueno, yo estaba allí, en la mismísima Torre de Joyce, y que el museo estuviera cerrado no iba a impedirme sacarme la correspondiente foto de recuerdo.


Ni grabar un video para tener una panorámica de 360 grados de aquel lugar.


5

Cuando escribí uno de los anteriores posts sobre mi visita a Dublín, me enteré de la existencia de la Orden del Finnegans, una agrupación compuesta por escritores españoles que «tiene como único propósito la veneración por la novela Ulises de James Joyce». Entre las excentricidades —por llamarlas de algún modo— que forman parte de la rutina de este grupo se encuentra la de terminar cada Bloomsday en la Torre Martello de Sandycove «donde leen unos fragmentos», según explica su sitio web. «En ese mismo acto se nombra a un nuevo caballero. Tras la ceremonia caminan hasta el pub Finnegans en la vecina población de Dalkey donde dan fin a su acto anual». Esto lo supe yo al escribir el citado post, y por eso no cumplí con tal rutina al visitar la torre. La próxima vez será.

Posdata a este parágrafo: tras escribir ese post, escribí tuits mencionando a los Caballeros de la Orden del Finnegans presentes en Twitter para darles a conocer que había hablado de ellos aquí en unabirome. Uno de ellos, Malcolm Otero Barral, me respondió: «Yo sí creo que la traducción de Salas Subirat es superior a la de Valverde». Es coherente con el hecho de que en el Bloomsday de este año hayan leído un fragmento de la traducción de Subirat.




6

Cumplida mi visita a la torre de Joyce, retorné a la estación Sandycove & Glasthule para tomarme el tren a Dublín. Como tantas veces pasa en la vida, en el camino de vuelta descubrí indicaciones que me hubieran sido valiosas a la ida, y que entonces ya no me aportaban más que una anécdota. Como el peine que te dan cuando te quedás pelado, Ringo Bonavena dixit.






Así que quien quiera ir, ya sabe: la Torre está a 1,1 km desde la estación de tren, 14 minutos a pie. Por supuesto, solo para frikis y fanáticos. Gente normal, abstenerse (y espere mi siguiente post sobre Dublín, que se titulará «Dublineses encantos (2)», será la segunda parte del primer artículo y cerrará mi serie de textos sobre la capital irlandesa).

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