9 de abril de 2010

Nada más amado que el texto que perdí

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UNO. Grady Tripp, escritor residente en Pittsburgh, Pennsylvania, debe entregar una novela que, según el proyecto inicial, tendrá entre 250 y 300 páginas. Lo vemos colocar una hoja en la máquina de escribir y poner en la esquina superior derecha un número: 261. Medita un momento, mira una pila de papeles y, resignado, agrega un dígito: 2611.

Lo vemos, digo, al comienzo del tráiler:



La película, del año 2000, se llama Wonder Boys, fue dirigida por Curtis Hanson y está basada en la novela homónima de Michael Chabon, publicada en 1995.

DOS. La historia de Wonder Boys —cuenta la leyenda— está inspirada en la propia vida de Chabon: tras un glamoroso éxito inicial con su primera novela, The Mysteries of Pittsburgh (1988), se pasó cinco años trabajando en la que iba a ser la segunda. Se trataba de un proyecto ambicioso, que narraría las peripecias de un arquitecto que construye un campo de béisbol en Florida; su título iba a ser Fountain City. Pero se le fue de las manos. Escribió más de 1.500 páginas, las cuales resumió luego en 672; finalmente la obra no fue aprobada por su editor y nunca se publicó.

Como una versión moderna y yanqui del escritor fracasado de Arlt, Chabon tuvo su propia crisis por no saber cómo superar el síndrome del súper-éxito-en-el-primer-intento. Sin embargo, halló la manera: escribió una novela basándose en su propia experiencia de escritor fracasado. Eso es Wonder Boys, y ese Grady Tripp atormentado y encarnado en el cine por Michael Douglas fue el álter ego del propio Chabon.

TRES. Contaré una escena de la película (spoilerfóbicos, apártense). Terry Cabtree, editor de Tripp, ha causado que los dos mil y pico de páginas de su fastuosa novela se diseminaran por las aguas del río Allegheny. Ahora vuelven en un auto.

—Lógicamente tienes copias —dice Cabtree.
—Tengo otra versión del primer capítulo —responde el escritor, sin mirarlo.
—Entonces no hay problema. Recuerda cuando Carlyle perdió su equipaje.
—Ese fue Macaulay.
—¿Y Hemingway, cuando Hadley perdió todos esos cuentos?
—Nunca pudo volver a escribirlos.
—Mira, no quiero quitarle valor a esa pérdida, pero quizá, en cierto sentido, sea lo mejor.

Tripp lo mira, desdeñoso.

—¿Estás sugiriendo que quizás sea una señal? —quiere saber.
—En cierto sentido.
—La experiencia me dice que las señales son más sutiles.

El tercero en discordia era Vernon, el conductor del coche, el dueño de un bar de la zona que hasta entonces había sido testigo y ahora decide participar de la conversación.

—A ver si nos entendemos. ¿Esos papeles que se volaron eran la única copia?
—Me temo que sí —dice Tripp.
—¿Y tú —el chofer se dirige al editor— estás diciendo que es una especie de señal? ¿Qué diablos te pasa, man?
—No —Cabtree, el editor, acerca su cabeza a la de Vernon—. Lo que estoy diciendo es que a veces, inconscientemente, una persona se pone en cierta posición, la crea, para solucionar una cuestión no resuelta. Es una manera encubierta de solucionar un problema.

Y la cuarta en discordia era Oola, esposa de Vernon y embarazadísima. Luego de un silencio, ella pregunta:

—¿De qué se trataba tu libro? ¿Cuál era la historia?
—No lo sé —responde Tripp.
—A veces es difícil extraer la esencia de un libro porque está en la mente —intenta aclarar el editor.
—Pero tienes que saber de qué se trata, ¿no? —increpa Vernon—. Si no sabías de qué se trataba, ¿para qué lo escribías?

Breve silencio. Responde Tripp:

—No podía evitarlo.

CUATRO. En estos días hice en el Facebook la siguiente pregunta: «¿Alguna vez perdiste un texto original importante y no pudiste recuperarlo (por extraviar la única copia en papel, no guardar los cambios y que se te corte la luz, que se te rompa el disco rígido, etc.)?». Dos de las cuatro respuestas coincidieron en que sí, pero que al reescribirlo —para mi sorpresa— el resultado fue mejor.

CINCO. Hay muchos casos famosos de originales extraviados. Por ejemplo: los de Thomas Macauly y Ernest Hemingway mencionados por Grady Tripp; el de Thomas Edward Lawrence, quien perdió los originales de Los siete pilares de la sabiduría, cuya escritura le había demandado siete años y cuya reescritura le exigió otros tantos; el primer libro de Alfredo Bryce Echenique, que volvió a escribir la obra «en la medida en que eso es posible», como él mismo explicó.

Porque, claro, ¿se puede reescribir un texto perdido?

Y, en todo caso, ¿no tendría algo de razón el editor Cabtree? En otras palabras: ¿acaso hay que reescribir el texto perdido?


SEIS. Siempre se puede decir, como Bryce, que los libros perdidos eran mejores que los publicados. Él lo dice como un chiste, pero posiblemente, en el fuero interno de muchos, eso sea verdad. Canta Serrat: nada más amado que lo que perdí. Conocidísima es la anécdota de cuando Coleridge soñó un poema extraordinario de 300 versos pero sólo alcanzó a transcribir cincuenta y cuatro, dado que, luego de ser interrumpido por un visitante, ya no pudo recordarlos.

Entre nosotros, ¿quién no tuvo alguna vez la sensación de que esas líneas que anotaste una vez y nunca más encontraste, o lo que tenías en la pantalla cuando se cortó la luz y no habías hecho click sobre el dibujito del diskette, que cualquiera de esos bosquejitos perdidos, no fue de lo mejor que escribiste en tu vida?

Tal vez la pérdida de los textos sea una forma válida de purificación literaria, esa purificación que, según algunos, sólo puede llegar por medio del fuego. Tal vez si Kafka no se hubiera muerto habría generado inconscientemente las condiciones para, sin querer, extraviar sus papeles, esos que no se atrevió a quemar y que por eso dejó a Max Brod (¿sabiendo? que éste no los prendería fuego).

Tal vez sea lo mejor, cada cierto tiempo, extraviar unos cuantos textos. Como cuando transpiramos: una involuntaria forma de eliminar toxinas.


POSDATA 1. La traducción al castellano de Wonder Boys, de Michael Chabon, fue editada por Anagrama bajo el título de Chicos prodigiosos, en 1997. La película inspirada en la novela se estrenó en España como Jóvenes prodigiosos (para llamarla de un modo tan parecido, ¿por qué no dejaron el mismo título del libro y ya estaba?) y en América latina con el horripilante título de Fin de semana de locos. Además de lo grotesco y banal y ridículo de la frase (¿me enteraré algún día de quiénes son los cráneos responsables de hacer estas barbaridades con las películas?), le hizo al filme de Hanson el flaco favor de emparentarla y confundirla con Fin de semana de locura, una pochoclera y súper-light comedia hollywoodiense de 1989 cuyo título original es Weekend at Bernie’s (tuvo su correspondiente secuela en 1993). De hecho, cada vez que le pregunté a alguien si había visto esa película, mi interlocutor/a pensó que le hablaba de la de Bernie (que también vi, allá lejos y hace tiempo, cuando estaba terminando la escuela primaria, en casa de un compañero). Nunca hablé con nadie que hubiera visto la película Wonder Boys.

POSDATA 2. Este artículo se deriva de otro que escribí, sobre la cuestión de los originales perdidos, en junio de 2002. Aquel texto nunca se publicó y yo lo creía, precisamente, perdido. En la realidad, era mucho peor de lo que yo lo recordaba.

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7 comentarios:

Roberto Mansilla dijo...

Yo vi la película querido amigo, y también leí aquel texto original..
Un abrazo grande...

Anónimo dijo...

Junto con el amigo mago, yo también, Cristian, ví la película, hace años, y siempre quise volver a verla, al menos en el recuerdo me pareció muy buena. Eso sí, ignoraba que era la adaptación de una novela, y más aún la historia del novelista. Abrazo grande

Cristian Vázquez dijo...

¡Qué bien, gente que vio la película! Y además, gente amiga, que hasta leyó aquel texto original... Qué buenos lectores tengo.

Abrazos para ustedes.

Emiliano dijo...

El Anónimo del mensaje fui yo, Cristian. Emiliano. Saludos

Vanina dijo...

Acá otra que disfrutó de la peli Wonder Boys allá lejos y hace tiempo, alquilada en videocassette... pero nunca leí el libro y, debo confesar, nunca leí nada de Michael Chabon. ¿Por dónde sugerís que empiece? ¿Por Wonder Boys o por algún otro?
Abrazo!

María Taltavull dijo...

¡Felicitaciones por el Blog, Cristian! Ví la película y me gustó mucho; sobre todo por lo que mencionás de los textos que por alguna razón desaparecen. Todos hemos perdido algo... pero de esa frustración suele surgir algo bueno, aunque uno siempre tenga la sensación de que aquello era mejor: como es incomprobable, el relato queda idealizado. La magia de las ausencias...
Los títulos, todo un tema, en general los cambian para no pagar los derechos por hacer la traducción literal, y así surgen esos desastres.

Un gran cariño,
María

Cristian Vázquez dijo...

Emi: me imaginaba que habías sido vos. Conozco a mis amigos, je. Abrazo.

Vanina: yo también vi la película en VHS. Parece una tecnología obsoletísima, y no hace más que siete u ocho años... Recomendación sobre por dónde empezar con Chabon: me cuesta mucho NO recomendar, ya no hablando en particular de este escritor sino en general con casi todos, leerlo en orden cronológico. O sea, empezar por el primero, luego el segundo, etc. Yo, al menos, siempre trato de hacerlo así, como una forma de seguir la evolución (?) del autor. Ojo: casi todos. A Borges, por ejemplo, me parece mejor entrarle por "El Aleph", o incluso por "El hacedor" o "El informe de Brodie".

María: efectivamente, el texto perdido queda idealizado. Y cuántos textos no habrá que mejor perderlos (mucho mejor: haberlos perdido) que encontrarlos... ¿Así que los cambios de títulos de películas son por no pagar derechos? Nunca había escuchado que fuera por eso. Al menos eso les daría cierta justificación para las barbaridades que hacen...

¡Saludos!