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UNO. El sábado pasado asistí a un recital de poesía realizado en la librería y «Centro Permanente de Poesía Crítica» Traficantes de Sueños (Embajadores, 35, Madrid). Los participantes fueron María Eloy-García, Julia López de Briñas y Antonio Rómar.
Al momento de ponerme a escribir este artículo, busco en la web el sitio de la librería y descubro allí un video del evento, de 1 hora y 13 minutos de duración, es decir: el recital completo. Todo grabado con una cámara fija que sólo registra el sonido que alcanza el micrófono que los poetas tienen frente a sí (y pierde las preguntas y comentarios posteriores realizados por el público). Aquí está el material, para quien quiera verlo (tal vez un fragmento de un par de minutos ayude a hacerse una composición de lugar). Si no, pasá al párrafo siguiente.
Al momento de ponerme a escribir este artículo, busco en la web el sitio de la librería y descubro allí un video del evento, de 1 hora y 13 minutos de duración, es decir: el recital completo. Todo grabado con una cámara fija que sólo registra el sonido que alcanza el micrófono que los poetas tienen frente a sí (y pierde las preguntas y comentarios posteriores realizados por el público). Aquí está el material, para quien quiera verlo (tal vez un fragmento de un par de minutos ayude a hacerse una composición de lugar). Si no, pasá al párrafo siguiente.
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DOS. El primer turno fue de Rómar. El único varón de la tríada recitó, de pie tras una suerte de atril, algunos poemas. Lo siguió López de Briñas, quien leyó sus versos sentada a la mesa que los tres bardos compartían. Eloy-García, finalmente, se levantó y se adelantó; al igual que Rómar, de pie, se acercó al público para captar su atención.
No es azarosa la elección de los verbos en el párrafo anterior. Julia López de Briñas, en efecto, sólo leyó. Mientras sus dos colegas interpretaron sus poemas, ella se limitó a pronunciar en voz alta lo que en algún momento había escrito. La elocuencia y el histrionismo de sus ocasionales compañeros de recital le jugaron en contra, porque la diferencia fue muy notoria.
En la segunda (y última) ronda de lectura, Rómar «obligó» a López de Briñas a leer de pie, y en tal ocasión se la notó incómoda, vencida por la timidez.
TRES. Que por favor no se malinterprete el párrafo anterior: esto no es una crítica contra Julia López de Briñas, a quien de hecho no conozco de nada más que de haberla visto ese día, ese ratito. De lo que me interesa hablar es de las formas de afrontar un recital de poesía.
Fue tan evidente la diferencia que, luego del recital propiamente dicho, en el momento de conversación con la audiencia, alguien hizo mención a la importancia de la puesta en escena y a cuánto la poesía, en ese contexto, se aproxima al teatro. Rómar señaló que, desde el momento en que el poeta se para en un escenario y enfrenta a un auditorio, se convierte —lo quiera o no— en un actor.
Previsiblemente, López de Briñas se mostró contraria a esa idea. Sostuvo la idea de que la puesta en escena es algo ajeno a la poesía, y que un poema se puede disfrutar tanto escuchado en un recital como leído en el silencio del salón de tu casa.
Pido disculpas si mi reseña no reconstruye con exactitud los dichos manifestados durante el evento: cito de memoria y creo reproducir el espíritu de la charla.
CUATRO. Curiosamente, por esos mismos días yo leía un librito de aforismos de Joseph Joubert, un escritor francés (1754-1824) que no escribió más que su diario (eso sí: de unas 9 mil páginas). El volumen, editado por Periférica en 2007, se titula Sobre arte y literatura, y en uno de sus parágrafos dice:
Homero escribió para ser contado; Sófocles, para ser declamado; Herodoto para ser recitado; y Jenofonte para ser leído. De estas diferencias de propósitos en sus obras nace una multitud de diferencias en sus estilos.
Y cuenta:
Había un cantante callejero que tenía mala voz, pero que lograba cautivar a sus oyentes porque sabía expresarse, porque uno sentía en su canto la emoción y el placer que él mismo se causaba, y se los comunicaba a los demás.
CINCO. En los relatos esto queda aún más claro. Últimamente están «de moda» los cuentacuentos: gente que se dedica –como los Narradores de Historias fabulados por Alejandro Dolina– a ir de aquí para allá relatando peripecias y describiendo personajes. Por supuesto, su tarea no consiste en recitar de memoria («como un loro», nos decían en la escuela) textos escritos por otros. Muchos de los mejores cuentos de la literatura universal pueden resultar aburridos y/o excesivamente complejos de seguir si se los escucha y no se los lee. Cuando alguien habla y los demás escuchan, hay una serie de otros factores que entran en juego y que no se pueden dejar de lado: hay que ganar y sostener la atención del público, para lo cual es fundamental saber cómo manejar la utilización de los espacios físicos, el lenguaje corporal, las tonalidades de la voz, las pausas y los silencios, la música de fondo y los efectos sonoros, los objetos o instrumentos que puedan ayudar, etc., etc.
Un ejemplo excelente: los cuentos de terror narrados por Alberto Laiseca, en aquel ciclo emitido por el canal I-Sat. Aquí, el extraordinario «La pata de mono», de W. W. Jacobs.
SEIS. Un poema es un poema cuando lo leés a solas en la tranquilidad del salón de tu casa y es otro distinto cuando te lo lee otro en un espacio público compartido con mucha más gente. En el salón de casa, quizás los versos de López de Briñas me pueden gustar más que los de Eloy-García, pero ¿cómo compararlos en la presentación del sábado, cuando unos resultaban planos y monocordes y los otros parecían restallar en los gestos y las expresiones de quien lo encarnaba?
Porque de eso precisamente se trataba: el sábado pasado en Traficantes de Sueños, dos poetas le pusieron cuerpo y alma a los poemas; la tercera la puso solamente voz. Nada menos, nada más.
SIETE. El título de este post hace referencia a una frase de Jean Eugène Robert-Houdin, un ilusionista francés que vivió entre 1805 y 1871 y es considerado el padre de la magia moderna. Dijo, célebremente: «El mago es un actor que representa el papel de mago».
Y es que, quizás, y en esto me fui pensando el sábado cuando salimos de la librería, quizás se les pide demasiado a los poetas al exigírseles que, además de saber componer piezas de arte literario, también sepan representarlas. A los dramaturgos nadie les exige que sean buenos actores teatrales, ni a los compositores que sean buenos cantantes, ni a los guionistas de cine que sean buenos directores. Zapatero a tus zapatos. Esto fue dicho también durante la charla post-recital: quizás los poetas deban buscar a actores que interpreten sus obras. De ese modo, cuando fuéramos a un recital, sabríamos que vamos a ver a actores que representan el papel de poetas.
OCHO. Por supuesto, siempre les quedará a los poetas menos expresivos la posibilidad de entrenarse, practicar, ensayar mucho y, con el tiempo, convertirse en buenos intérpretes de poesía. En tal caso, habrán llegado a ser buenos actores y actrices, capaces de interpretar correctamente el papel de sí mismos. Pero claro, eso exige esfuerzo y sacrificio. Y nadie tiene la obligación de tener ganas de hacerlo.
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1 comentario:
Muy bueno el post.
Mi papá recitaba poesía gauchesca. Cada tanto alguien me cuenta que recuerda sus gritos o su llanto. Era, claramente, un actor. Pero hay poesía cuya representación correcta sería la monocordia. Por ejemplo, el haiku.
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