3 de junio de 2011

¡Indignaos… del mundo, uníos!



En el principio fue la palabra. Fue el título de un librito que se convirtió de la noche a la mañana en un éxito de ventas en Francia y que llegó a España para seguir siendo best-seller. Su autor era un hombre de 93 años llamado Stéphane Hessel, de quien la mayoría de nosotros no habíamos oído nunca hablar y ahora nos enteramos que se trataba de un diplomático y escritor francés, héroe de la resistencia contra los nazis y uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, entre otras cosas. El título original del libro fue Indignez vous!; su traducción al español: ¡Indignaos!

Casi un juego de palabras: ese «¡Indignaos!» del título es la forma de la segunda persona plural —en su versión familiar (vosotros) y no la más formal (ustedes)— del imperativo del verbo «indignarse». Es decir, la versión latinoamericana del libro debería titularse «¡Indígnense!». Pero «indignaos» es también la manera que asume, para la gran mayoría de los españoles, la palabra «indignados», tras sufrir la tradicional caída de la letra d. El libro, entonces, parecía llamar a la indignación de los indiferentes pero también invocar directamente a los irritados, a los rabiosos, a los hartos.

Y así fue. Desde los estantes y las vidrieras de las librerías, el pequeño volumen de Hessel (Ed. Destino, 5 euros) fue la primera chispa.

Eso no es todo. La forma más frecuente en el habla de los españoles evita las conjugaciones del imperativo y utiliza el infinitivo. No dicen, por ejemplo, «avísennos» ni «avisadnos» sino «avisarnos»; no dicen «vayan» ni «id» sino «iros». Por eso, la forma más normal en el habla de la calle es «indignaros». «Indignaos», entonces, es una palabra que en el habla cotidiana prácticamente no existe. ¿No es curioso? Una palabra inexistente para atizarnos a todos.



EL MEDIO ERA el mensaje. De las 64 páginas del libro, el texto de Hessel ocupa apenas 25. Lo demás se va entre notas, aclaraciones, prólogos y demás aditamentos. Y no dice nada del otro mundo, nada que uno no pueda imaginarse que va a decir. El medio es el mensaje porque no importa lo que este libro dice con las palabras que lleva impresas en su interior, sino con la multiplicación de la palabra que lleva en su portada.

No deja de ser curioso, por cierto, que en la era de las redes sociales este mensaje se haya multiplicado a través de un soporte de los siglos anteriores: el libro. En lugar de ser los blogs, Facebook, Twitter o cualquier milonga de estas los que concretaran la indignación, lo fue un medio que algunos consideran en crisis, que siente miedo ante el surgimiento de esos formatos electrónicos… El Grupo Planeta —representante dilecto de los grupos capitalistas que acaparan  y arrasan y son responsables de la indignación ciudadana—, encantado: se quedó con los derechos para la edición española del librito y vende a 5 euros lo que en Francia (donde el nivel medio de ingresos es marcadamente superior) cuesta 3…

Claro que después sí llegaron las redes sociales, la difusión vía internet, SMS, smartphones y los símbolos # y @ delante de las palabras. Y en este sentido también el medio es el mensaje. Pero lo que ahora más cabe preguntarse no es lo que está delante de las palabras sino lo que estará detrás…


SEGÚN LA BIBLIA, en el inicio de los tiempos, después de la Palabra —que estaba con Dios y era Dios— se hizo la luz. ¿Podrá hacerse una luz ahora?

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