27 de octubre de 2011

El abrazo

Algo así como un cuento basado en hechos reales



Dos años, Gabriel, me parece mentira que hayan pasado casi dos años ya desde el día en que decidiste irte. Me acuerdo de esa mañana, estaba en la que era mi casa de Madrid, preparándome —es un decir— para ir a las fiestas de San Fermín, en Pamplona, que habían empezado el día anterior, y me lo dijo por chat María Noel, por el chat de Gmail. Yo no lo podía creer, ella se enteró por el blog de Sonia Budassi, yo no lo conocía mucho, me dijo, pero me imaginé que vos sí, y entonces le conté que me escribía con vos cada tanto, que estábamos en contacto desde que te había entrevistado un par de años atrás, que habías leído mis cuentos y que te habían gustado, y María Noel me puso que se ve que era un tipo bastante amable, porque Sonia en su blog decía algo parecido. Recupero aquel chat poniendo tu apellido en el buscador de Gmail. Termina con una frase mía: pero qué manera de morirse gente polenta, che. Te entrevisté allá por febrero de 2007, en la que era tu oficina en el Pasaje Dardo Rocha, La Plata, tu ciudad de toda la vida. Los e-mails que nos intercambiamos desde entonces me bastaron para darme cuenta de la clase de persona que eras, lo buen tipo que eras, y no porque te hayas muerto, como parece que se convierten en buenas personas todos los que se mueren, sino porque de verdad lo eras, se notaba y la gente lo decía y lo dice. Se notaba en gestos, en que hubieras leído mis cuentos, que te llevé impresos en un manojo de papeles la vez de la entrevista y que te dejé con la poca esperanza con que los aprendices les dejamos el fruto de nuestro esfuerzo a los escritores consagrados. Te reirías, je, si me escucharas eso de escritores consagrados, lo repetirías con sorna, torciendo un poco la boca y pidiéndome que hablase más bajo, a ver si me escuchan. Te dejé los cuentos y me fui, contento con mi entrevista, que publicaría más tarde la revista Teína. Eran esos tiempos que recuerdo hoy como un poco raros (aunque no sabría definir por qué raros) previos a mi partida hacia España, y casi me olvidé de que te había dejado esos cuentos, mensajes atados a las patas de una paloma liberada, botellas al mar. Hasta que un par de meses después me llegó tu correo, que empezaba diciendo: «No me olvidé, estuve leyendo los cuentos en los tiempos que me quedaban. Te iba a escribir la semana pasada, pero tampoco tuve espacio. Quería hacerlo tranquilo, sin prisa…» Releo este mensaje tuyo ahora y de nuevo siento aquella gratitud, y me alegro de por fin haber empezado a escribir, casi dos años después, este texto que, de alguna manera, te debo. O quiero deberte, más bien. No fue solo que leyeras mis cuentos, y que te tomaras el trabajo de escribirme tu opinión acerca de ellos, y que tu opinión fuera tan generosa: unos meses después, en agosto, te conté en un mail que había decidido venirme a España y te proponía pasar a verte, y nos vimos, seis días antes de mi viaje, nos tomamos un café en el Café de las Artes, que está en el propio Pasaje Dardo Rocha, y me diste algunas recomendaciones y contactos y datos para moverme por Madrid… El rato que compartimos ese mediodía de agosto —que recuerdo como soleado y frío— fue la segunda y última vez que nos vimos. Hablamos, también, de la entrevista que yo le había hecho poco antes a Ricardo Piglia (que también se publicaría en Teína semanas después), me contaste tus recuerdos de la jornada en que le dieron el Premio Planeta por Plata quemada, vos que —al igual que Gustavo Nielsen— también fuiste finalista, con la sinestésica y ensenadense Virgen. Los contactos siguientes fueron ya por mail, o por casualidad, podría decir, como cuando descubrí en el diario El Día una reseña elogiosa de Támesis y Otros Cuentos, el librito que me había publicado la Editorial de la Universidad de La Plata, y tiempo después me contaste que el autor de la reseña habías sido vos. «Una historia que sugiere que la experiencia es una suma fortuita de nimiedades, imprevistos y desencuentros», escribiste entonces, entre otras palabras amigas. «¿Es esa cabañita la amistad?», te preguntabas, la cabañita de mi relato. Mierda. Qué mierda que te hayas muerto, que ya no estés ahí, Gabriel, al otro lado, para saber que te puedo escribir un mail o llamarte o ir a verte cuando vuelva a andar por Buenos Aires, por La Plata, esa ciudad que me gustaba llamar «mi segunda ciudad», aunque eso ahora suena un poco falso, ahora que llevo cuatro años viviendo en Madrid… Por aquí anduvo hace poco Sonia Budassi, y quedé un día con ella, nos tomamos unas cervezas en la plaza del Dos de Mayo, y hablamos de las veces que habíamos estado en contacto, y una de esas veces fue precisamente cuando te fuiste. No sólo porque a través de ella se enteró María Noel y luego me lo dijo a mí, sino porque ella, Sonia, escribió un artículo para el suplemento cultural del diario Perfil, y allí citaba un pasaje de nuestra entrevista, el comienzo de mi texto, cuando llegué al Pasaje Dardo Rocha y pregunté por vos esperando que todos los empleados te conocieran y supieran indicarme cómo encontrarte, y sin embargo me respondieron con perplejidad, así que tuve que preguntar por La Comuna, la editorial de la municipalidad, y entonces dijeron ah, sí, y me orientaron, y cuando por fin di con vos te dije: «No te conoce nadie acá», y vos, con una sonrisa torcida, pícara, susurraste: «Mejor». Ese dialoguito, que tanto dice, fue el que tomó Sonia para su artículo. Yo a ella la conocía de vista, de las «Noches de cuentos» que organizaba el Grupo Alejandría en el bar Bartolomeo, en la calle Mitre, y de ahí yo sabía que ella trabajaba en una editorial llamada Tamarisco, y de hecho el otro contacto que había tenido con ella fue cuando les envié mis cuentos. Fue en aquellos mismos raros meses. Quien me respondió, luego de leerlos, fue Félix Bruzzone, me dijo algunas cosas positivas de mis relatos, prometen, afirmó, pero no creo que convenga publicarlos así como están. O sea, que había que trabajarlos más. Los he trabajado, de hecho, e incluso descarté alguno, y a otro lo modifiqué a partir de aquellas consideraciones… Pero me desvío. Lo que quería en este texto no era hablar de mí sino recordarte, y recordarte escribiendo. Porque eso era lo que te importaba: la escritura. Cuando te entrevisté te dije: «En las solapas de muchos de tus libros se te califica de “secreto”, así, entre comillas. ¿Vos te considerás un escritor secreto?». «No», me contestaste, «lo que pasa es que no me interesa mucho la literatura. Me importa la escritura. Sobre la literatura uno puede establecer cierto canon, lo que es la academia y el mercado, esa tensión. Pero a mí me importa la escritura. Y en la escritura, en el campo del lenguaje, creo que nadie es secreto. Creo que todos decimos apenas lo que podemos decir». ¿Qué es la literatura, Gabriel? «Lo consagrado, lo estatuido, algo así como lo inamovible. Sobre esa preceptiva rige el canon y establece “esto es literatura”, “aquello no es”, “esto se acerca”. En cambio, la escritura es lo opuesto, algo orgánico, vivo, anárquico, tumultuoso, imperfecto. Me interesa mucho la imperfección, recostarme sobre la escritura, porque es ahí donde se advierten las fallas, donde aparece el equívoco, donde respira un texto. La literatura es algo así como la idea, es un fósil, un organismo que estuvo vivo en algún momento y que ya es un organismo muerto. En cambio la escritura me parece lo erróneo, lo vivo». Y ahí ibas, adelante con tu escritura, esa vez me contaste que tenías «una novelita muy pequeña, de ochenta páginas», que habías empezado a publicar en internet. Dos capítulos ya estaban en tu blog, Corte y confección, y después subirías el tercero. «Es la historia de un chico que no puede hablar y que establece otras formas de comunicación, a través de las anotaciones, de códigos distintos, de señales, de alfabetos diferentes». Te pregunté si no tenías miedo de que, al estar allí en la web, te la robaran; me dijiste: «Hay gente que tiene sus temores, que se siente vulnerada. A mí me encanta que me roben. Si la quieren robar, que la roben. Yo ya tuve el placer de escribirla». Gracias por escribir, Gabriel. Así elegiste despedirte, precisamente, dando las gracias por escribir. Se las das a otro, pero es el mensaje que nos dejaste a todos, ahí arriba en letras verdes en la última entrada de Corte y confección, desde donde nos seguís mirando a todos, observándonos por encima del hombro, pero una mirada que no tiene nada de vanidad, sino que es puro misterio, sugerencia. Gracias por escribir, leemos sobre el fondo negro del blog, y al lado vemos las portadas de muchos de tus libros, y en ese último post, que subiste una semana antes de poner tu último punto y aparte, hay 37 comentarios, saludos de gente que te quería, algunos colegas más o menos famosos, exalumnos tuyos, incluso deseos de que el Pincha te rindiera un tributo desde Belho Horizonte —y así fue: unos días después Estudiantes de La Plata se consagró en Brasil campeón de América—, pero luego, es curioso, los saludos, los mensajes en ese muro que se va haciendo de lamentos y melancolía, se mezclan con algunos de esos textos breves de comentadores profesionales, bloggers que ven en sus comentarios en blogs ajenos sólo una manera de ganar visitas en sus páginas propias, hasta que al final aparece, descarado y brutal, el más burdo spam, un enlace a YouTube, alguien que ofrece poner publicidad en tu blog, links orientales (la extensión es .tw así que deben ser taiwaneses)… Alguien que firma como Cenzcéu se viste de Quijote y les responde, no abuses de ningún espacio, pide, pero mucho menos de uno que se ha consagrado a la memoria de uno de los tantos que se han ido, me cago en tus links japoneses —o lo que fueren— y me cago en tu falta de lectura, de criterio y de respeto. Cortala. Enseguida nomás, con indiferencia godzillesca, aparece el tal Anónimo, el mismo u otro, da igual, con sus enlaces asiáticos y yo me animo a imaginarte, Gabriel, en el lugar donde estés, viendo estos comentarios y sonriendo con tu sonrisa torcida y pícara y diciendo «mejor», como quien dice «no avivés giles». Porque fuiste vos el que me dijo: «El blog me entretiene, me gusta, es un intercambio distinto, y he descubierto algo: ahí hay un lenguaje mucho más espontáneo, con muchos más errores, más fallido, y a veces directo y confesional, como una bitácora, como un diario… Es una contaminación maravillosa, y es un elemento que se va nutriendo de voces que se incorporan, la escritura más provisional y más palpable». Es decir, esos comentarios también son el blog, lo que va quedando y lo nuevo que llega. Como configuraste el sistema para que no quede registrada la fecha en que se agrega un nuevo comentario, ahora, mientras apunto todo esto en un cuaderno, me veo tentado a meter yo mismo mi mensaje, que el próximo que entre no vea ya 37 sino 38, que alguien incluso detecte que hay un comentario más y que se meta a mirarlo, alguien que me lea, una (otra) botella al mar. Algún tiempo después publiqué en mi blog un artículo en el que me preguntaba adónde van los blogs cuando la gente ya no está. «¿Y ahora? ¿El blog de Gabriel quedará allí, inmóvil, intocable, hasta el fin de los tiempos? ¿Cuál es el destino final de un blog?». Un mes y medio antes que vos se había ido una chica conocida, de veintipoquitos años. La noticia me shockeó. La encontraron muerta en la bañera de su casa, un departamento al que se había mudado poco antes en el barrio de Almagro, parece que fue una pérdida de gas lo que la durmió para siempre. Ella no hacía un blog pero tenía su perfil en Facebook, y lo sigue teniendo y yo sigo siendo su amigo, la gente le sigue dejando su cariño y sus recuerdos en el muro como se pueden dejar cartas sobre una tumba, cartas abiertas, públicas, y ahora indago en su perfil y retrocedo en el tiempo y llego hasta el momento en que nos sumamos en esta red social, y recuerdo que el último contacto que tuvimos fue precisamente ahí, ella comentó una foto mía, yo estoy parado en la puerta de un hostel de Barcelona y encima de mí se ve el cartel que incluye la palabra Youth, y ella comentó: «¿Todavía calificás como “youth”?», se burlaba de mí porque yo le sacaba unos años de diferencia, y le sacaré más, porque seguiré cumpliendo y ella siempre será la jovencita que acababa de dejar la casa de sus viejos en Varela y que se definía a sí misma en (de nuevo) el Facebook con los Beatles: ¡Shine! ¡Shine! ¡Shine! ¿Cuál es el destino final de un blog?, me preguntaba, y comentaba que el tuyo, Gabriel, seguía allí como la luz de una estrella que ya se apagó. Pero ahora sé que no, que aquello fue un error. El blog no es nada apagado, sigue ahí, encendido, vivo. Como la escritura. Tu escritura, ahora, eso sí, es literatura. Si hasta te dieron un premio —la academia o el mercado o quien sea— por aquella «novelita muy pequeña» de la que me habías hablado, la primera edición del concurso Letra Sur, en 2008. Alcanzaste a presentarla, tanto en Buenos Aires (en diciembre) como en La Plata (en abril), y pasó algo muy raro, recordarás, yo había publicado en mi blog una entrada relacionada con el premio, y unos pocos días después alguien comentó: «Mirá en mi blog el último curro: ganar concursos con obras éditas delante de los ojos de todo el mundo. Una vergonia. Encima el tipo es funcionario del Estado». Entonces me fui a su blog. Había allí (y sigue habiendo) un único post, en cuyo título aparece tu nombre y el calificativo de «ladrón de premios literarios federales», y cuyo texto comienza diciendo: «Dudosa elección de una novela inédita (que ya era édita) en el Premio Letra Sur…» Y lo que hace después es transcribir completo un párrafo, precisamente, de mi entrevista, ese en el que me decís que habías empezado a publicar la novela en el blog… Después este hombre pega los links a las entradas con los tres capítulos publicados, y el texto completo de las bases del certamen, y acaba concluyendo que la condición de obra (según él) no inédita de la novela «le da al conjunto del premio (y a la publicación de dicha obra) una sombría versión del cumplimiento de las bases y condiciones que debían respetarse a rajatabla, y sin las cuales el concurso carecía de sustento legal y contractual, como queda en evidencia». De inmediato quise avisarte, te mandé un mail la misma mañana en que el tipo había publicado el texto en su blog y el comentario en el mío, creo que no se dio cuenta, te pongo en el mail, de que ambos, el autor del blog donde comentó y el entrevistador cuyo texto cita, éramos la misma persona, te aviso para que lo sepas, espero que esto no te traiga ningún inconveniente. Cualquier cosa, te agregaba, si te puedo ayudar en algo, incluso borrando este comentario de mi blog, no dudes en decírmelo. Y te decía que poco después, en diciembre, andaría por la patria, a ver si coincidimos por La Plata para tomar un café y conversar un rato. Me respondiste menos de dos horas después. Si hasta podía ver tu gesto torcido y pícaro. Escribiste: «Ja, qué boludez. Argentino resentido, seguro. Lo real: de la novela sólo publiqué tres capítulos y nada más. O sea: está inédita. Y precisamente dejé de publicarla cuando se me dio por enviarla a concurso. Hacé lo que se te ocurra con ese comentario. Te agradezco el dato. Y sí, funcionario que funciona. La nueva gestión borró a todos los directores. Quedó uno, el boludo que había editado 36 libros, sin amiguismos. En fin. El mejor comentario lo recibí de Marcos Mayer, crítico a quien no conocía y que hizo la preselección: “Estábamos seguros de que se trataba de un pendejo, por lo jugado del argumento”. Me lo hizo en Madryn, después de que me entregaran el premio. Él y Martín Kohan fueron quienes más defendieron el libro. Y bueno, qué decir. Apenas eso y el abrazo». Porque así te gustaba despedirte, lo recuerda también el tal Cenzcéu en uno de sus comentarios: «El abrazo, como gustabas decir, hermano», y no un abrazo, como suele ser más común, o simplemente abrazo, sino el abrazo, como si hablases de algún abrazo en particular, o como si te refirieras al abrazo de siempre, o mejor, como si aludieras a la idea platónica del abrazo. Te volví a escribir enseguida, y de nuevo un mail tuyo: «Querido Cristian, mirá lo que son las cosas. Después de contestar tu mail, como me había olvidado, fui al blog y busqué. De febrero de 2007, es eso. Casi dos años. Ni lo recordaba. Bueno, lo borré. En fin, justo a mí, eterno segundo en cuanto premio he concursado. Bueno, el abrazo». Ese diciembre y parte de enero estuve en la Argentina y al final no coincidimos. El último contacto fue en febrero de 2009. Te escribí para invitarte a que leyeras dos nuevas entrevistas mías que se acababan de publicar en Teína: Sergio Chejfec y Rodrigo Fresán. «Abrazo, Cristian», me contestaste, «bueno, voy a subir a leerlas. Ando con algunos problemas personales, en fin, espero se solucionen. No sé. Aquí la novela anda muy bien en ventas (raro que lo digan los mismos editores) y con críticas buenas, también. Gracias por escribir, abrazo y lo mejor. Voy a leerte». Eso fue lo último que me dijiste. Yo te envié un último correo, ese mismo día (yo ese día cumplía 31 años), torpemente apuntaba que esperaba que los problemas no fueran nada grave y que ojalá se solucionaran pronto, y que por cualquier cosa ya sabías dónde encontrarme. Pero por supuesto ni me imaginaba lo que iba a pasar, lo que ibas a decidir, la noticia que iba a darme María Noel unos meses después y que yo me pondría a buscar en las webs de los diarios platenses, para encontrarme con que Hoy lo cubría como un suceso policial, y aun ahora, dos años después, entrás en la página de ese periódico infame y ves que la foto que acompaña al texto («Un reconocido escritor platense se quitó la vida») es la de un patrullero estacionado en la puerta de una casa… Un par de meses después estrenaron la película basada en una de tus novelas y publicaron una antología de textos de tu blog, un librito titulado Posted by, editado por La Comuna, un homenaje en cuya presentación estuvieron, entre otros, Juan Sasturain y Martín Kohan, y este último dijo: «La pregunta del porqué es trivial, ajena e impropia. La verdadera compulsión es de los otros, de lo que quieren hallar razones». Desde luego, yo no busco razones. Me quedo con lo último que me escribiste, gracias por escribir, abrazo y lo mejor, voy a leerte. Con la generosidad de tus lecturas y tus comentarios, cuando elogiaste mis relatos y te pregunté si podía usar esos comentarios tuyos como «carta de presentación» y me respondiste: «De lo que te haya dicho, que ya no recuerdo, podés usar lo que quieras». Y cuando armé una pequeña edición de aquellos relatos, edición que circuló entre unas pocas manos amigas, incluí aquello como texto de contratapa, y ahora —es raro— escribo esto que no sé si es un relato o una carta abierta o una (otra más) botella al mar, para que aparezca publicada junto con aquellos cuentos que leíste. Por todo eso, soy yo el que te dice gracias, gracias a vos, Gabriel, amante del error, por escribir, por leer, por la buena onda. Lo mejor. El abrazo.

Mayo de 2011
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2 comentarios:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Julieta dijo...

Imagino que pasarán los años y yo seguiré escribiendo en el buscador de google el nombre de Gabriel Báñez, una y otra vez. ¿Qué busco? Esto que encontré en tu texto: la conversación en voz alta, desde el más puro afecto, con alguien que sigue estando en el hoy, incluso a su pesar.

El blog. no podía no estar contaminado... no sería el de Gabriel. Suerte que los spamers venenosos han ido encontrando otros cuerpos donde atacar... Quedan los chinos y los que volvemos buscando verlo respirar.

Hace años había leído tu entrevista. Hoy la releí y llegué hasta aquí.
Excelente tu texto. Una alegría enorme haberlo encontrado.

"El abrazo" siempre fue de Báñez.

Un beso